Friday, November 03, 2006



LA GRAN PAZ NATURAL
Por Sogyal Rimpoche

Cuando enseño la meditación, suelo comenzar diciendo: «Traed vuestra mente a casa... soltad... y relajaos».
Toda la práctica de la meditación puede resumirse en estos tres puntos esenciales: traer la mente a casa, soltar y relajarse. Cada una de estas expresiones encierra significados que resuenan a muchos niveles.
Traer la mente a casa significa traer la mente nuevamente al estado llamado “Morar en calma”, mediante la práctica de la atención. Al nivel más profundo, consiste en volver la mente hacia el interior y permanecer en la naturaleza de la mente. Esta es la meditación en su grado más elevado.
Soltar significa liberar la mente de la cárcel del aferramiento, puesto que reconocéis que todo el dolor, el miedo y la angustia provienen del deseo insaciable de la mente por aferrar. A un nivel más profundo, la realización y la confianza que surgen de vuestra creciente comprensión de la naturaleza de la mente inspiran en vosotros una generosidad profunda y natural. Esta generosidad permite que vuestro corazón se desprenda de todo aferramiento, dejando que éste se libere y se disuelva en la inspiración de la meditación.
Finalmente, relajarse significa volverse más espacioso y permitir a la mente que abandone todas sus tensiones. En un sentido más profundo, os relajáis en la verdadera naturaleza de vuestra mente, el estado de rigpa. Las palabras tibetanas que evocan este proceso sugieren el sentido de «relajarse en rigpa». Es como si dejárais caer un puñado de arena sobre una superficie plana: cada grano se deposita por sí mismo. Así es como os relajáis en vuestra verdadera naturaleza, dejando que todos vuestros pensamientos y emociones remitan naturalmente y se disuelvan en el estado de la naturaleza de la mente.
Cuando medito, siempre me inspira este poema de Nyoshul Khenpo:

Descansa en la gran paz natural
esta mente exhausta,
golpeada incansablemente por el karma y los pensamientos neuróticos;
al igual que la furia implacable de las olas
rompiendo en el océano infinito del samsara.

Descansa en gran paz natural.

Ante todo, sentíos cómodos, tan naturales y tan espaciosos como os sea posible. Escapaos sigilosamente del lazo corredizo de este personaje ansioso que es vuestro yo habitual, soltad todo aferramiento y relajaos en vuestra verdadera naturaleza. Ima­ginad que vuestro yo ordinario, atormentado por las emociones y los pensamientos, es como un bloque de hielo o un trozo de mantequilla dejados al sol. Si os sentís duros y fríos, dejad que esta agresividad se derrita bajo el sol de vuestra meditación. Dejad que la paz os gane y os permita reunir vuestra mente fragmentada en la vigilancia del estado llamado “Morar en calma”, y que despierte en vosotros la conciencia y un vislumbre de la Visión Clara. Poco a poco, descubriréis que toda vuestra negatividad se desarma, que vuestra agresividad se disuelve y que vuestra confusión se disipa, como una bruma en el vasto e inmaculado cielo de vuestra naturaleza absoluta.4
Sentados en silencio, con el cuerpo inmóvil, sin proferir palabra alguna, la mente en paz, dejad que vuestros pensamientos y emociones, que todo lo que surja, se eleve y desaparezca, sin aferraros a nada.
¿A qué se parece este estado? Imaginad –tal como solía decir Dudjom Rimpoché- a un hombre que vuelve a su casa tras una larga y dura jornada de trabajo en el campo; se acomoda en su sillón favorito ante el fuego. Se ha pasado el día trabajando y sabe que ha hecho lo que quería hacer; no tiene nada más de qué preocuparse, no ha quedado nada sin terminar, y puede abandonar completamente todas sus inquietudes y preocupaciones, contentándose sencillamente con ser.
Así pues, cuando meditáis es esencial crear en vuestra mente la atmósfera interior adecuada. Todos los esfuerzos y las luchas provienen de la falta de abertura, de modo que es vital crear ese entorno interior adecuado para que la meditación pueda realmente producirse. Cuando el humor y la espaciosidad están presentes, la meditación surge sin esfuerzo.
No siempre recurro a un método en especial cuando medito. Dejo simplemente que mi mente repose y constato, sobre todo cuando estoy inspirado, que puedo traer la mente a casa y relajarme con gran rapidez. Permanezco sentado tranquilamente y reposo en la naturaleza de la mente. No abrigo dudas, ni me pregunto si estoy -o no- en el estado «correcto». No hay ningún esfuerzo, sólo una comprensión profunda, una vigilancia y una certeza inquebrantable. Cuando estoy en la naturaleza de la mente, la mente ordinaria deja de existir. No es necesario mantener o corroborar la sensación de que existo: simplemente soy. Tengo una confianza fundamental. No hay nada en especial que hacer.


LOS MÉTODOS DE MEDITACIÓN

En el caso de que vuestra mente sea capaz de aquietarse por sí misma, y os sintáis inspirados a permanecer simplemente en su pura conciencia clara, entonces no tenéis necesidad de ningún método de meditación. De hecho, cuando uno se halla en tal estado, cualquier intento de aplicar uno incluso podría resultar contraproducente. Sin embargo, a la inmensa mayoría de nosotros nos resulta difícil llegar inmediatamente a ese estado. Sencillamente no sabemos cómo despertarlo, y como nuestra mente es tan indisciplinada y tan distraída, necesitamos un medio hábil, un método para inducirlo.
El término «hábil» significa que combináis vuestra comprensión de la naturaleza esencial de la mente, junto con el conocimiento de vuestros propios y cambiantes estados de ánimo, y el discernimiento que habéis cultivado mediante la práctica para descubrir como trabajar sobre vosotros mismos en cada momento. Conjugando estos tres elementos, aprendéis el arte de aplicar el método más apropiado a cada situación o problema particular para transformar la atmósfera de vuestra mente.
Pero recordad lo siguiente: un método no es más que un medio, y no la meditación en sí. Es al practicar el método hábilmente como alcanzaréis la perfección de ese estado puro de presencia total en el que consiste la meditación verdadera.
Existe un dicho tibetano muy revelador, Gompa ma yin, kompa yin, que significa literalmente: «“La meditación” no es; “acostumbrarse a ella” sí es». Esto quiere decir que la meditación no es más que acostumbrarse a la práctica de la meditación. Se dice también: «La meditación no es un esfuerzo, sino una asimilación natural y progresiva a ella». Conforme vayáis practi­cando el método, la meditación surgirá poco a poco. La meditación no es algo que podáis «hacer», sino algo que debe producirse espontáneamente, una vez que hayáis perfeccionado la práctica.
Sin embargo, para que se produzca la meditación deben darse unas condiciones tranquilas y propicias. Antes de alcanzar el dominio de nuestra mente, primero debemos apaciguar su entorno. Por el momento, la mente se parece a la llama de una vela: inestable, parpadeante, constantemente cambiante, avivada por el viento violento de nuestros pensamientos y de nuestras emociones. La llama sólo arderá de forma estable cuando aquietemos el aire que la rodea. Del mismo modo, sólo podremos empezar a vislumbrar la naturaleza de nuestra mente y a reposar en ella cuando hayamos apaciguado la turbulencia de nuestros pensamientos y de nuestras emociones. Una vez hayamos encontrado la estabilidad en nuestra meditación, los ruidos y perturbaciones de toda clase nos afectarán mucho menos.
En Occidente, la gente tiende a dejarse absorber por lo que yo llamaría «la tecnología de la meditación». El mundo moderno está verdaderamente fascinado por las técnicas y las máqui­nas y es adicto a las respuestas puramente pragmáticas. Sin embargo, el rasgo más importante, con mucho, de la meditación no es la técnica, sino su espíritu: es la habilidad, la inspiración y la creatividad que ponemos en práctica, a lo que también podríamos llamar «la postura».


LA POSTURA

Los maestros dicen: «Si creas las condiciones favorables en tu cuerpo y en tu entorno, la meditación y la realización se darán automáticamente». Hablar de la postura no es una pedantería esotérica; la finalidad de adoptar una postura correcta es la de crear un entorno más estimulante para la meditación, y para el despertar de rigpa. Existe una relación entre la postura del cuerpo y la actitud de la mente. Al estar relacionados entre sí la mente y el cuerpo, la meditación se produce naturalmente cuando vuestra postura y actitud están llenas de inspiración.
Si estáis sentados en la postura de meditación y vuestra mente no está en completa sintonía con vuestro cuerpo -si, por ejemplo, estáis inquietos y preocupados por algo- entonces vuestro cuerpo experimentará cierta incomodidad física y acrecentaréis la posibilidad de que se presenten dificultades. Si, por el contrario, vuestra mente se halla en un estado sereno e inspirado, esto tendrá una gran influencia en toda vuestra postura y podréis sentaros de una forma mucho más natural y sin esfuerzo. Así pues, es muy importante que unáis la postura de vuestro cuerpo con la confianza que nace de vuestra realización de la naturaleza de la mente.
Es posible que la postura que voy a describiros difiera ligeramente de otras que ya conozcáis. Procede de las antiguas enseñanzas del Dzogchen. Es la que me enseñaron mis maestros, y la encuentro sumamente eficaz.
En las enseñanzas Dzogchen se dice que vuestra Visión y vuestra postura deberían ser como una montaña. La Visión es la suma de toda vuestra comprensión y percepción profunda de la naturaleza de la mente, y eso es lo que aportáis a vuestra meditación. Así pues, la Visión se traduce en la postura y al mismo tiempo la inspira, expresando el corazón mismo de vuestro ser en la manera en que os sentáis.
Sentaos, pues, como si fuerais una montaña, con toda su majestad inquebrantable e inalterable. Una montaña está completamente cómoda y a gusto consigo misma, por fuertes que sean los vendavales que la azotan, y por densos que sean los nubarrones que se arremolinen en torno a su cumbre. Sentados como una montaña, dejad que vuestra mente se eleve, remonte el vuelo y planee en el cielo.
El punto esencial de esta postura es mantener la espalda recta, como «una flecha» o «una pila de monedas de oro». La «energía interior», o prana, circulará entonces fácilmente por los canales sutiles de vuestro cuerpo, y vuestra mente hallará su verdadero estado de reposo. No forcéis nada. La parte inferior de la columna tiene una curvatura natural; debe estar relajada, pero erguida. Sentid como la cabeza está cómodamente equilibrada sobre el cuello. Son los hombros y la parte superior del tronco los que sostienen la fuerza y la gracia de la postura; su porte debe expresar una fuerza desprovista de rigidez.
Sentaos con las piernas cruzadas. No es necesario que adoptéis la postura completa del loto, a la que se concede mayor importancia en las prácticas avanzadas del yoga. Las piernas cruzadas expresan la unidad de la vida y de la muerte, del bien y del mal, de los medios hábiles y de la sabiduría, de los principios masculino y femenino, del samsara y del nirvana; el humor de la no dualidad. Es posible que prefiráis sentaros en una silla, con las piernas relajadas; aseguraos entonces de que mantenéis la espalda recta.5
En mi tradición de meditación, los ojos han de estar abiertos; este punto es muy importante. Sin embargo, si sois muy sensibles a las perturbaciones exteriores, cuando empecéis a practicar os puede servir de ayuda cerrarlos un momento y volveros tranquilamente hacia vuestro interior.
Una vez establecidos en la calma, abrid gradualmen­te los ojos: comprobaréis que vuestra mirada se ha vuelto más sosegada, más serena. Ahora mirad hacia abajo, siguiendo la línea de la nariz, en un ángulo de aproximadamente 45 grados. Un consejo práctico: en general, cuando la mente está muy agitada, es mejor mirar hacia abajo, y cuando está entorpecida y somnolienta, se aconseja dirigir la mirada hacia arriba.
Cuando vuestra mente se ha apaciguado y la claridad del discernimiento empieza a manifestarse, os sentís listos para alzar la mirada; abrid más los ojos y dirigid vuestra mirada al espacio que hay directamente ante vosotros. Esta es la mirada que se recomienda en la práctica del Dzogchen.
En las enseñanzas Dzogchen se dice que vuestra meditación y vuestra mirada deberían ser como la vasta extensión de un gran océano: abarcándolo todo, abierta e ilimitada. Al igual que vuestra Visión y vuestra postura son inseparables, vuestra meditación inspira vuestra mirada, y ambas se funden en una.
Así pues, no concentréis vuestra atención sobre algo en particular; volved ligeramente hacia vosotros de nuevo y dejad que vuestra mirada se extienda, haciéndose cada vez más amplia y espaciosa. Descubriréis entonces que vuestra mirada expresa un mayor grado de paz, de compasión, de ecuanimidad y de equilibrio.
El nombre tibetano para referirse al Buda de la Compasión es Chenre­zig. Chen significa ojo, re el rabillo del ojo, y zig ver. Esto quiere decir que con sus ojos llenos de compasión, Chenrezig ve las necesidades de todos los seres. Así pues, dejad que la compasión que emana de vuestra meditación irradie, suave y delicadamente, por vuestros ojos. Vuestra mirada se convertirá entonces en la mirada misma de la compasión, abarcándolo todo y semejante al océano.
Existen varias razones para mantener los ojos abiertos: con los ojos abiertos es menos probable que os durmáis. Además, la meditación no es un medio para evadirse del mundo, ni para huir de él entrando en una especie de trance o en un estado alterado de la conciencia. Es, por el contrario, un medio directo para ayudarnos a comprendernos verdaderamente y para relacionarnos con la vida y con el mundo.
Por consiguiente, durante la meditación mantenéis los ojos abiertos, no cerrados. En lugar de excluir la vida, permanecéis abiertos y en paz con todo. Todos vuestros sentidos —el oído, la vista, el tacto— permanecen naturalmente abiertos, tal como son, sin aferrarse a sus percepciones. Tal como decía Dudjom Rimpoché: «Aunque se perciban formas diversas, en esencia están va­cías; sin embargo, en la vacuidad se perciben formas. Aunque se oigan sonidos diversos, están vacíos; sin embargo, en la vacuidad se perciben sonidos. También surgen pensamientos diversos; están vacíos, sin embargo en la vacuidad se perciben pensamientos». Sea lo que sea que veáis u oigáis, dejadlo tal cual sin aferraros a ello. Dejad el oír en el oír, dejad el ver en el ver, sin permitir que vuestro apego intervenga en la percepción.
Según la práctica especial de la luminosidad del Dzogchen, toda la luz de nuestra energía de sabiduría reside en el centro del corazón, que está conectado con los ojos por medio de los «canales de sabiduría». Los ojos son las «puertas» de la luminosidad, de forma que debéis dejarlos abiertos para no bloquear estos canales de sabiduría.6
Cuando meditéis, dejad la boca ligeramente entreabierta, como si estuvierais a punto de emitir un profundo y relajante «Aaaah». Se dice que al mantener la boca ligeramente entreabierta y respirar principalmente por ella, reducimos la posibilidad de que se eleven los «vientos kármicos» que originan los pensamientos discursivos y crean obstáculos en la mente y en la meditación.
Dejad que vuestras manos reposen cómodamente sobre las rodillas. A esta postura se la llama «la mente a gusto y serena».


En esta postura hay una chispa de esperanza, un humor juguetón, inspirados por la comprensión secreta de que todos posee­mos la naturaleza de buda. Así, cuando adoptáis esta postura, es como si jugarais a imitar a un buda, reconociendo vuestra propia naturaleza de buda y alentán­dola de veras a que se manifieste. De hecho, empezáis a respetaros como a un buda en potencia. Al mismo tiempo, seguís reconociendo vuestra condición relativa. Pero, puesto que os habéis dejado inspirar por una alegre confianza en vuestra propia naturaleza de buda, podéis aceptar más fácilmente vuestros aspectos negativos y afrontarlos con una mayor amabilidad y humor. Así pues, cuando meditéis, invitaros a sentir la autoestima, la dignidad y la poderosa humildad del buda que sois. Suelo decir con frecuencia que basta con dejarse inspirar sencillamente por esta confianza llena de alegría para que -gracias a esta comprensión y confianza- la meditación se dé espontáneamente.

Tuesday, October 24, 2006



La visión de la vacuidad"
Enseñanza de Sogyal Rimpoché en Kirckheim, Alemania


No evitéis los baches. Aunque por otro lado, no sabemos cómo hacer frente a las dificultades. O intentamos escapar, o intentamos suprimirlas, o nos regodeamos en ellas. Y a veces exageramos su importancia.

Cuando digo “permanecer en la simplicidad” quiero decir “ser abierto”, y esta característica, la simplicidad, es la actitud de la vacuidad. Igual que el cielo puede abarcarlo todo, todo puede existir. Ello está implícito en el abrazo del cielo. Está contenido en el abrazo del cielo. Vuestra mente debería ser como el cielo y todas las emociones y las cosas que sentís, simplemente las sentís y no reaccionáis.

No es fácil y ahí está la razón por la que tenéis que ser estables. Tenéis que estabilizaros en vuestra naturaleza que es semejante al cielo. La tendencia es apegarnos, reaccionar. Siempre hay una tendencia a la expectativa y al miedo. Llega el miedo, pero no hagáis el juego. No juguéis su juego.

En meditación, cuando os sentáis, cuando los pensamientos y las emociones llegan, sencillamente los reconocéis en tanto que pensamientos. No los analizáis ni intentáis implicaros en ellos. Es el entendimiento inicial. Una vez que contáis con este tipo de entrenamiento y que os ocupáis así de vuestros pensamientos y vuestras emociones, y particularmente, cuando tenéis la Visión, podéis permanecer abiertos y, surja lo que surja, dejarlo. Luego, cuando esto se asienta, algo se asienta de verdad si lo dejáis que se asiente en sí mismo. Mientras tanto, si lo manipuláis, saboteáis el proceso de purificación.

No es fácil y necesitáis una verdadera fuerza para ello. Hacedlo así cuando estéis inspirados. Y también… es interesante, el mejor momento para intentarlo, es cuando ocurre lo peor. ¿Por qué? Porque no tenéis otra posibilidad que estar abiertos. No hay otro camino. Cuando os encontráis con dificultades, os volvéis emocionalmente vulnerables y en ese momento es cuando tenéis que ser valientes. No abandonéis.

No toméis las cosas en serio, permaneced en la simplicidad de las cosas.

Lo importante, ocurra lo que ocurra, es no tomar las cosas en serio. La misma instrucción se aplica a los bardos después de la muerte. ¿Qué es lo más importante que hay que recordar en los bardos tras la muerte? No toméis las cosas que ocurren en serio, podrían convertirse en esquemas particulares que constituyen trampas, y podéis volver a caer en el samsara. Dicho esto, cuando aparece una buena visión, imaginar que puede ser una trampa, también es una trampa. No tengáis ni apego ni aversión. Ocurra lo que ocurra, dejadlo que tenga lugar. No intentéis cambiar nada. No intentéis cambiar nada en absoluto. Simplemente, permaneced en la simplicidad natural.

¿Qué quiero decir con esto? Ser vulnerable y abierto. Pero no intentéis ser demasiado vulnerables. No intentéis hacer nada. Limitaros a sentir. No os cerréis porque si podéis atravesar una situación, podréis purificar vuestro karma. Tarde o temprano tendremos que atravesar las cosas, y si lo hacéis así, es mucho más rápido. Aunque tengáis la impresión de que es muy intenso, no es tan intenso como lo sería si lo dejarais de lado más tiempo. Es como en el ejemplo del espejo: cuando veis vuestras horribles caras, no son tan horribles, es la verdad. Pero si golpeáis el espejo y lo rompéis en mil pedazos, veréis mil horribles caras, lo cual será mucho peor.

Así que cada vez que se produzcan dificultades, no son tan horribles como parecen- No es tan malo. La forma de reaccionar cuando tenéis miedo, es decir, la forma de reaccionar ante el miedo es decirle: ¡Bienvenido! ¡Eres de la casa! Está tan cercano a vosotros que es como uno de vuestros primos. Todas vuestras emociones son de la casa, por decirlo de alguna forma. Os enseño cómo, …todo tipo de formas de verlo.”


AHORA, SENTAROS EN EL COJÍN DE MEDITACIÓN UNOS 20 MINUTOS, PARA DEJAR QUE LA ENSEÑANZA SE ASIENTE EN VOSOTROS Y LUEGO LEEDLA DE NUEVO Y CONTEMPLADLA Y REFLEXIONAD ACERCA DE ELLA.


Maitri: Hacerse amigo de uno mismo
Por Naila Castillo

Siempre que se inicia un camino espiritual surgen fantasías y proyecciones acerca de lo que ese camino puede hacer con nuestra vida, acerca de cómo vamos a volvernos mejores y más buenos, acerca de cómo la gente va a incorporarnos y va a querernos; creemos que mágicamente vamos a ser más abiertos y que todo se va a volver claro y sencillo; pero a medida que uno empieza a andar se va dando cuenta de que las cosas son tan simples que son incapaces de comprenderse desde la solidez del ego.
Todo en la vida se cimenta en la comunicación. Comunicarse es conectarse, y esto implica una cualidad de espacio, donde se pueda mover lo que se está tratando de comunicar y de flexibilidad en la dinámica. Surgen entonces tres factores esenciales: la irradiación (transmitir algo), el recibir y la interrelación de éstos.
La realidad está constantemente irradiando información de distintas formas, pero la comunicación sólo se produce cuando el cuerpo y/o la mente se alinean con alguna de esas frecuencias. Para que esto se produzca se necesita apertura; y mientras más apertura más espacio libre.
Todos los conflictos humanos nacen por el dolor que produce el roce con la realidad debido a los apegos, al rechazo y la ignorancia de seguir manteniendo la idea de que existe un yo y un otro. Todos buscamos aprender a conectarnos con la realidad del mundo externo (vínculos, relaciones) y del mundo interno (pensamientos, emociones, recuerdos), cada uno a través de diversas formas, pero lo cierto es que no podemos comunicarnos abiertamente con el mundo cuando seguimos manteniendo cientos de fantasías acerca de nosotros mismos.
Todas las enseñanzas acerca de la compasión, la bondad, el desapego y la libertad, no comienzan hacia fuera sino desde uno mismo. Como dije antes, la comunicación necesita una irradiación, pero si hay obstáculos en ésta, la comunicación no se produce, hay ruido. Los obstáculos son nuestras fantasías acerca de lo que creemos ser, acerca de lo que nos gustaría ser, acerca de lo que nos gustaría que los demás creyeran de nosotros.
Cuando le preguntaron al Dalai Lama cómo se podía resolver el hecho de que la gente se odiara a sí misma o fingiera que era de otra forma porque se rechazaban, respondió que no era posible que eso existiera, que el ser humano es incapaz de odiarse a sí mismo; Lamentablemente el 90% de la población occidental no siente respeto por sí misma y esa situación da origen a la violencia y a la velocidad que lleva el mundo de hoy. Cuando no podemos aprender a mirarnos a nosotros mismos con respeto, paciencia y honestidad, como podemos pretender lograr comunicarnos con los demás.
En el Budismo, no hay forma de llegar a los otros ni de alcanzar las cualidades de espacio y claridad que posee la mente si uno ni siquiera puede ser sincero con uno mismo.
Cuando un agricultor compra una tierra, necesita ver la tierra tal cual es con todos los nutrientes y con todas sus sequedades, porque esa es la tierra que va a utilizar, de nada le sirve fantasear con tal o cual tierra del vecino o con que haría si tuviera la mejor tierra o con imaginar un valle nutrido en una tierra árida. Necesita ver su material sin recrear proyecciones que le quitan energía y que no sirven para nada.
Obviamente es más fácil decirlo que hacerlo, por ésta razón surge un factor importante: la voluntad. Es decir tener el coraje una y otra vez para mirarse tal cual uno es.
Los seres humanos tendemos a meternos en una madriguera a esperar la oportunidad para salir y expandir un poco más “nuestro territorio” que siempre está basado en ilusiones, y cuando afuera se pone duro nos volvemos a esconder, y así vivimos pasando de la estrechez a la apertura. Desarrollar la voluntad es comprender que no hay necesidad de expandir ningún territorio, que las cosas tienen una actividad natural y que no es necesario controlarlo todo; es mirar el mundo y dejar que éste nos involucre en su juego. Es igual que cuando uno se sienta en una vista panorámica a mirar un paisaje, uno ve como la naturaleza desarrolla todo su juego; todo está en constante actividad y sin embargo no hay ningún guión para ello. Incluso uno es parte de ello, y reconocer esto es dejar de utilizar la voluntad para armar el mundo que queremos y aprender a valorar el que tenemos. Este valorar, tiene que ver con desarrollar un sentimiento de riqueza que no está sujeto a algo material o a algo externo que obtuvimos, sino a todo lo que uno es, apreciando la dignidad que todos los seres humanos tenemos, apreciando todo aquello que damos por sentado, como el respirar, el poder usar todos nuestros sentidos, el simple hecho de estar presentes. También valoramos nuestro pasado.
Cuentan los sutras budistas que cuando el ego de Siddharta (Buda Sakiamuni), observó hacia atrás en su pasado se dio cuenta que había matado y había dado vida, que había sido rico y también pobre, infeliz y feliz, mujer y hombre, joven y viejo, agresivo y calmo, corrupto y piadoso, entonces, se puso a llorar, pero no de angustia sino por compasión. Todas esas cosas que el observaba, eran parte de él, del Buda. Solamente cuando las aceptó como parte de sí, alcanzó la iluminación.
El secreto es reconocer todo aquello que creemos que jamás le mostraríamos a los demás. Reconocer que todas nuestras tendencias, nuestros recuerdos dolorosos, nuestra visión fea de nosotros tiene que ver con mecanismos de defensa que no nos permiten vivenciar el momento presente, que no nos dejan comunicarnos abiertamente con la realidad y que son anclas que no permiten la liberación. La manera no es hacer oídos sordos a las cosas sino incorporarlas, aceptar que a lo largo de nuestras vidas, sobre todo en ésta presente hemos sido estúpidos, pero que incluso ésta estupidez surge por comodidad. Tampoco se trata de analizar y revolver el pasado, como dice el dicho “lo pasado, pisado”. No es importante el porqué de las cosas, sino el para qué. Si nos vinculamos con recuerdos o cosas que nos molestan de nosotros, es importante en primer lugar hacernos cargo de ellas, no importa si las heredamos, si nos contagiamos, o lo que sea. La única manera de relacionarnos abiertamente con nuestros conflictos y tendencias es observando cómo nos vinculamos con las cosas y no las cosas en sí.
A medida que vamos incorporando todo éste material que evaluamos como desagradable, nos vamos dando cuenta también que surgen como formas de controlar el territorio de ese yo inexistente que damos a luz momento a momento a través de un pegoteo sumamente complejo que se produce constantemente.
Los pensamientos, las emociones destructivas como la ira, los celos, los apegos, el odio, las emociones como la alegría, la felicidad, que en general siempre vienen a raíz de algo que obtuvimos, todo eso surge como forma de controlar, ¿de controlar qué?, de controlar el hecho de que en realidad todo lo que vivimos no es más que un punto “sin importancia” en medio del universo, de controlar la realidad de que en sí no somos el eje de la creación, y de escapar a la realidad de que a todos nos pasa lo mismo. Por tanto uno debería preguntarse: ¿Qué estoy tratando de controlar? ¿Es posible ocultar algo de mi mismo, sea recuerdos, tendencias, actitudes? Lo que en realidad no queremos entender es que todo lo experimentado deja luego de existir y se convierte en una realidad muerta.
Es ridículo e imposible sostener un personaje que no nos permite establecer una comunicación real con el mundo y estar presentes a cada momento.
Cuando vamos reconociendo todas éstas cosas nuestras como cualidades y como potencial de trabajo, todas esas actitudes de no-respeto y desprecio por uno mismo se van cayendo, es como si la hipocresía y las caretas se fueran despegando sin esfuerzo, caen en forma natural; no hay nada que hacer.
La vida no se trata de agradar al mundo ni de volverse mejor, sino de ser lo más sincero y franco posible para soltar todas las ataduras que cargamos y vivir simplemente siendo.
Es simple, si nos miramos en el espejo de la devoción y vemos que en realidad nuestra preciosa existencia es la de un Buda en potencia, descubriríamos que la competencia, la inseguridad, la dependencia de otros, la falta de confianza y demás, no tienen cabida. Al fin y al cabo eso es hacerse amigo de uno mismo.

El Terapeuta Zen
Por Chögyam Trungpa

Los budistas asumen la tarea psicoterapéutica como intercambio, simple y profundo, de amor a la vida. Su meta no es trascender el motivo de la consulta ni llegar al momento de la curación –si lo hubiere. Terapeuta y paciente, como maestro y discípulo, comparten la plenitud de ser humanos.


El trabajo fundamental de los profesionales de la salud en general y de los psicoterapeutas en particular es alcanzar la plenitud como seres humanos, e inspirarla en las personas que van necesitadas por la vida. Al hablar de un ser humano pleno nos referimos a alguien que no solamente come, duerme, camina y habla sino que experimenta un básico estado de alerta. Puede parecer muy exigente el definir la salud en términos de atención, pero está muy cerca nuestro, podemos experimentarla. La tocamos continuamente, en realidad.
Estamos en permanente contacto con la salud esencia. Aunque la definición de salud que da el diccionario sea “libre de enfermedad”, deberíamos considerarla algo más que eso. Según la tradición budista la gente posee una naturaleza de Buda inherente; esto significa que es buena en esencia. Desde este punto de vista, la salud es intrínseca. La salud es lo primero: la enfermedad es secundaria. La salud es. Así que ser saludable es ser fundamentalmente completo, con cuerpo y mente sincronizados en un estado de ser que es bueno e indestructible. Esta actitud no sólo se recomienda a los pacientes, sino también a los que ayudan, a los doctores. La bondad intrínseca está siempre presente en cualquier interacción de un ser humano con otro, es mutua.
Hay diversos abordajes a la psicología; algunos de ellos problemáticos. Desde el punto de vista budista cualquier intento de definir, categorizar y encasillar a la mente y sus contenidos es un problema. Este método podría llamarse materialismo psicológico. El problema de ese abordaje es que no da lugar a la espontaneidad y a la apertura: descarta la salud básica.
Deseo promover un estilo de trabajo con los otros en el que la espontaneidad y humanidad se expandan hacia los demás, donde podamos abrirnos a ellos y compartimentar nuestra comprensión. Esto significa, antes que nada, trabajara con nuestra natural capacidad de calidez. Podemos desarrollar calidez hacia nosotros mismos, para comenzar; luego se expandirá a los otros. Así nos relacionaremos en el mismo encuadre con la gente conflictuada, entre nosotros y con nosotros mismos.
Debemos sentir total y completamente nuestra vida para poder evaluar si somos seres humanos genuina y verdaderamente despiertos.
Cuando alguien comienza a sentir que no está siendo encasillado, que hay una conexión genuina, se entrega. Comienza a explorarte y tú comienzas a explorarlo a él. Se desarrolla una inefable amistad. Este estilo de trabajo es muy potente.
Aunque hable como un maestro budista, no pienso que la terapia deba dividirse en categorías. No tenemos que decir “Ahora hago terapia al estilo budista” o “ahora hago terapia al estilo occidental”. No hay tanta diferencia, en realidad. El estilo budista de trabajo es sólo sentido común. También lo es el estilo occidental de trabajo. Trabajar con otros es una cuestión de ser genuino y proyectar esa calidad a los demás. El trabajo que haces no tiene un título o nombre en particular: es ser completamente honesto. Toma el ejemplo del mismo Buda, ¡él no era budista! Si tienes confianza en ti mismo y encuentras una forma de superar el ego, entonces la verdadera compasión puede alcanzar a los demás. Más que tratar de crear nuevas teorías o categorías de comportamiento, lo principal del trabajo con las personas es apreciar y manifestar la simplicidad. Cuanto más aprecies la simplicidad más profunda será tu comprensión. Ella tendrá más sentido que la especulación.
La tradición budista enseña la verdad de la no permanencia, o la naturaleza transitoria de las cosas. El pasado se ha ido y el futuro todavía no llegó; trabajamos con lo que hay aquí –en el momento presente. Esto ayuda a no categorizar o teorizar. Hay una situación fresca, viva, que ocurre continuamente. Este abordaje no categórico es el resultado de estar completamente aquí, en lugar de tratar de conectarse con hechos pasados. Los seres humanos se manifiestan en el momento.
A veces, sin embargo, las personas están obsesionadas con sus pasados, y podrían necesitar hablar de eso, para poder comunicarlo. Tienes que hacerlo orientado siempre hacia el presente. No es cuestión de repetir historias para reconectarse con el pasado, sino más bien comprobar que la situación actual tiene muchos niveles: el básico, que puede estar en el pasado; la manifestación actual, que sucede ahora; y allí donde se encamina el presente. El presente tiene tres aspectos. Una vez que comienzas a aproximarte a la experiencia de alguien en esta forma, el vínculo vive. Tampoco es necesario alcanzar una conclusión acerca del futuro. La conclusión se está manifestando en el presente. Puede haber una historia clínica, pero esa historia está muriendo. La historia completa de una persona está presente cuando te sientas y le dices hola.
No tratamos de conocer a una persona basándonos en su pasado. Tratamos de hacer su historia clínica en términos de quién es ahora; eso es lo que importa. Siempre entrevisto así a mis alumnos. Les pregunto la edad, si alguna vez han estado fuera de América, si han ido a Europa o Asia, que han hecho, cómo son sus padres y todo eso. Pero me baso más en esta persona que en aquélla. Es más directo. La gente con quién trabajamos puede ocuparse de su pasado, pero nosotros como sus ayudantes, tenemos que, saber dónde están ahora, en qué estado mental están en este momento. Esto es muy importante. De otro modo podríamos perder la pista de quién es ahora y pensarla como si fuera otro, como si fuera una personalidad completamente diferente.
Los pacientes deben experimentar la plenitud que emana de ti. Si lo hacen, se sentirán atraídos. Generalmente la insania se basa en la agresión, el rechazo de sí mismo o del mundo propio. Las personas pueden sentirse incomunicadas con el mundo, que el mundo las ha rechazado. Pueden haberse aislado a sí mismas o sentir que el mundo las aísla. Si cuando entras en una habitación y te sientas con ellas tu presencia irradia compasión, si hay amabilidad y deseo de incluirlas, ese es el estado previo a la curación. La curación viene de una simple sensación de razonabilidad, amabilidad y plenitud humana.
El primer paso es proyectarnos como seres humanos genuinos. Después podemos ayudar a otros creando una atmósfera apropiada alrededor de ellos. Aquí hablo literalmente: ya sea en una casa o en una institución, la atmósfera debe reflejar la dignidad humana y debe estar físicamente ordenada. La cama tiene que estar tendida y hay que preparar buena comida. Así es como se estimula a una persona a relajarse en este ambiente.
Algunos pueden considerar como mundanos y poco importantes los detalles del ambiente físico. A menudo, las perturbaciones que experimenta la gente provienen de la atmósfera que los rodea. Algunas veces sus padres han creado el caos –una pila de platos en la pileta de la cocina, ropa sucia en un rincón, comida mal preparada. Estas pequeñas cosas pueden parecer incidentales, pero en realidad afectan mucho la atmósfera. Cuando trabajamos con la gente podemos ofrecer un contraste a ese desorden. Podemos manifestar nuestra apreciación de la belleza más que empujar al loco hacia una esquina. Valorar el medio ambiente es una parte importante de la práctica del budismo Zen y del budismo tibetano. Ambas tradiciones consideran a la atmósfera que rodea a una persona como un reflejo de su individualidad que debe conservarse inmaculado.
El ambiente es muy importante y, sin embargo, se lo deja frecuentemente de lado. Podemos trabajar a partir de reconocer al paciente, recibirlo como a un huésped especial –que es lo que se merece- y ofrecerle, como dije antes, una buena comida.
El abordaje terapéutico convencional trata de ordenar primero la mente de la gente, luego bañarla y finalmente vestirla. Piensen que es necesario trabajar con toda la situación al mismo tiempo.
Hablamos de crear, por lo menos al principio, una vida artificial, casi ideal, para los que están gravemente enfermos, hasta que se equilibren. Deberíamos bañarlos, limpiar sus habitaciones, hacer su cama y cocinarles una buena comida. Hacer elegante su vida. La base de su neurosis es que han experimentado sus vidas y el mundo como algo feo, lleno de resentimiento, sucio. Cuanto más resentidos se vuelven, la sociedad más refuerza esa actitud. Así es que nunca experimentan una atmósfera de hospitalidad compasiva. Se los considera molestias. Esta actitud no ayuda. La gente nunca molesta. Son solamente ellos mismos en esa circunstancia.
La terapia debe basarse en el mutuo aprecio. Puede ser que no le guste el ambiente que has creado y se enoje aunque le presentes una hermosa bandeja con comida, si siente que esto es solamente tu “mambo”, que tu actitud no es genuina, que tu generosidad es una hipocresía. Si tu acercamiento es completamente unificado, si tratas a tus pacientes como príncipes y princesas en el completo sentido de la palabra, desearán retribuirte. Puede ser que se entusiasmen y comiencen a manifestarse, a apreciar su cuerpo, su fuerza y su existencia como un todo. Encontrar técnicas que curen a la gente para que puedas sacártela de encima no es el asunto. Se trata más bien de aprender a incluirla como parte de una buena sociedad humana. Es importante que el terapeuta cree una atmósfera donde las personas se sientan bienvenidas. Esta actitud debe impregnar el ambiente.
La habilidad de trabajar con la neurosis de otro y hasta con su locura, depende de lo poco que le temas cuando lo trates, de lo inhibido que te sientas, de cuanto te incomode, o cuánto puedas manifestarle. No hay problemas cuando una madre se relaciona con su niño porque ella sabe que él crecerá y se transformará en una persona razonable. No le importa cambiar pañales y hacer toda clase de cosas para su niño. En cambio, si tratas con gente que ya creció hay que superar una incomodidad fundamental. Esa incomodidad tiene que transformarse en compasión.
La gente loca es muy intuitiva. Es brillante, de alguna manera, recibe mensajes – hasta un flash de tu pensamiento- y les da mucha importancia. Por lo general se los guarda y traga, o los escupe. Depende de cómo seas y cuán abierto estés en estas situaciones. Por lo menos podrías estar receptivo en ese momento, que es en sí un enorme propósito para entrenarte y educarte a vos mismo. Recién entonces aparece la posibilidad de perder el miedo.
Al trabajar con otros es necesario que tu, el terapeuta, seas paciente todo el tiempo. Es lo que hago con mis alumnos. Nunca los abandono. No importa que problemas de traen, siempre les digo lo mismo: adelante.
La gente cambia lentamente si le tienes paciencia. Si irradias salud vas a llegar a ellos con seguridad. Comenzarán a notarlo, aunque por supuesto no querrán que nadie se entere, sólo dirán: “Nada cambió, siempre tengo los mismos problemas”. No te rindas. Si te das el tiempo suficiente, algo pasa. ¡¡Funciona!!
Haz lo que tengas que hacer para mantenerlos y probablemente vuelvan. Si no reaccionas demasiado neuróticamente, eres su mejor amigo. Eres para ellos como el recuerdo de haber comido en un buen restaurante siempre vienen a verte cuando te mantienes igual. Eventualmente se hacen amigos tuyos. No te precipites. Lleva tiempo. Es un proceso muy largo, pero, si no lo abandonas, resulta poderoso. Tienes que olvidar tu impaciencia y aprender a amar a la gente. Así se cultiva la salud básica en los demás.
Es muy importante que te dediques completamente a tus pacientes, que no trates de librarte de ellos después que se hayan curado. No deberías considerar lo que haces como un trabajo médico común. Como psicoterapeuta deberías ocuparte más de tus pacientes y compartir su vida. Este tipo de amistad es un compromiso a largo plazo. Es caso como la relación maestro-discípulo en el sendero budista. Debería enorgullecerte.


Chögyam Trungpa es maestro de meditación budista tibetana. Reside en EE.UU desde hace casi 20 años. Fundó el Naropa Institute, en Boulder, Colorado, innovador colegio de artes que combina meditación y disciplinas intelectuales. También dirigió el Shambala Training, programa nacional que focaliza el despertar de la confianza y el bienestar psicológico, y publicó varios libros.



¿Qué es el budismo?
Por Naila Castillo

Ahondando en la historia vemos que el budismo parte de un hombre llamado Sidharta Gautama al que luego de alcanzar el pleno desarrollo de su potencial fue conocido como Buda Sakyamuni. Éste hombre, buscando una respuesta a la naturaleza del sufrimiento se sumió completamente en la realidad, observándola hasta desgranarla por completo; reposando en sí mismo contempló pensamientos, emociones, temores, esperanzas, y fue dejando que todo siga su curso, que las cosas fluyeran. Así fue conectando con la realidad tal como es, abriéndose en vez de manipular.
Hay muchas maneras de acercarse al budismo y cada uno puede escoger qué es lo que busca, el estudio intelectual, o la plena integración del ser humano en todos sus planos y en la realidad tal como es.
Es bueno aclarar que a pesar de lo que se cree, el budismo no es una religión, sino una ciencia de la mente. El budismo tiene su raíz en la realidad, y trata de que todos los seres humanos descubramos el potencial intrínseco que tenemos y podamos hacer pleno uso de éste. Éste potencial no está ligado a ninguna atadura doctrinal ni dogmática sino a penetrar en el tejido de la vida e ir descubriendo la naturaleza misma de ésta, en ir comprendiendo que el ser humano es un ser íntegro y a la vez efímero, pero que en esencia es indestructible. El budismo es aprender a morir a cada instante para descubrir el gozo que tiene la vida más allá de los vaivenes de las emociones, más allá de las situaciones de la vida.
El budismo tiene prácticas que nos muestran que ese potencial de espacio y gozo, de libertad es la verdadera naturaleza de nuestra mente y que ésta se oculta detrás de miles de velos que parecen sólidos y que constituyen nuestra tendencia a recrear cada vez más sufrimiento. En el budismo esto se denomina veneno y si bien hay muchas manifestaciones sutiles las formas más básicas son el apego, la ira y la ignorancia. Pero si dejamos de dar rienda suelta a los venenos de la mente con todas sus resistencias, y los consideramos como parte de la dinámica de la mente, así como a nadie se le ocurriría separar las olas del océano, encontraríamos que detrás de esa aparente realidad hay un manantial constante de sabiduría y alegría. Es como un estado constante, tan constante que a veces cuesta creer que eso sea realidad, y la cualidad de esto es que no depende de nada para existir, es autoexistente y no tiene principio ni fin.
Si se preguntan cuál es la forma de alcanzar esto, es simple, uno solamente tiene que aprender a no dejarse llevar por los impulsos superficiales por más dolorosos o placenteros que parezcan y tener el coraje para ignorar esas tendencias tan arraigadas, simplemente estableciéndose en ese estado de calma y plenitud.
A veces parece muy difícil llevar esto a la vida cotidiana, pero es necesario hacer un intento, sobre todo en éste mundo tan violento como el que vivimos hoy, donde las personas no encuentran la manera de desidentificarse de sus pensamientos y emociones y trascender el sufrimiento. Se trata entonces primero de alcanzar una visión, de comprender que uno puede vivir su vida como si estuviera en la cima de una montaña, es decir con mucho “aire” y con mucho espacio y que eso a su vez trae un gozo muy simple pero tremendamente exultante. Comprender que las cosas tienen una dinámica que se integra constantemente con el tejido de los otros, que las cosas nacen y mueren y que es imposible congelar ese proceso y entender que ese movimiento tiene que ver con vivir la realidad tal como está, comprendiendo que la felicidad no reside en modificar la vida en su escenario externo. Este movimiento va haciendo que entendamos que la vida no es algo sólido, por lo cual se vuelve imposible de conceptuar, volviéndose espaciosa y receptiva.
El objetivo es Vivir libre de las ataduras de los juegos que la mente ha mal aprehendido. La manera de llevar esto a la realidad es a través de la meditación. La meditación es un estado en el cuál tenemos una gran capacidad de enfocarnos en ésta visión e ir permitiendo que vaya decantando en nuestra vida. La meditación puede ser formal, puede ser a través de prácticas como el yoga físico, la respiración, a través de la reflexión, a través de la contemplación o como fuere, pero trata de abrir la visión habitualmente estrecha de la realidad e ir bañando con ella la propia vida cotidiana.
El budismo es un laboratorio, la meditación que es su principal arma es un microscopio y la vida incluido uno mismo es el objeto de estudio. Podríamos decir entonces que el budismo es el reconocimiento del propio potencial y el arte de sacar a la luz la irradiación de ese potencial, pero para ello es necesario conocer las propias limitaciones, conocer los velos que recubren nuestra mente y ser compasivo con uno mismo, hacerse amigo de uno tal como es en éste momento.
Por ello, cuando uno de pronto no sabe dónde está parado o al contrario, siente que una vorágine imparable le domina la “cabeza” es preciso detenerse un segundo y preguntarse qué clase de futuro está forjando uno en ese momento, no sólo para uno mismo, sino también para el resto de los seres y recordar que está desperdiciando un potencial fabuloso simplemente por comodidad. El budismo entonces es una herramienta que nos recuerda como vivir.