Tuesday, October 24, 2006



La visión de la vacuidad"
Enseñanza de Sogyal Rimpoché en Kirckheim, Alemania


No evitéis los baches. Aunque por otro lado, no sabemos cómo hacer frente a las dificultades. O intentamos escapar, o intentamos suprimirlas, o nos regodeamos en ellas. Y a veces exageramos su importancia.

Cuando digo “permanecer en la simplicidad” quiero decir “ser abierto”, y esta característica, la simplicidad, es la actitud de la vacuidad. Igual que el cielo puede abarcarlo todo, todo puede existir. Ello está implícito en el abrazo del cielo. Está contenido en el abrazo del cielo. Vuestra mente debería ser como el cielo y todas las emociones y las cosas que sentís, simplemente las sentís y no reaccionáis.

No es fácil y ahí está la razón por la que tenéis que ser estables. Tenéis que estabilizaros en vuestra naturaleza que es semejante al cielo. La tendencia es apegarnos, reaccionar. Siempre hay una tendencia a la expectativa y al miedo. Llega el miedo, pero no hagáis el juego. No juguéis su juego.

En meditación, cuando os sentáis, cuando los pensamientos y las emociones llegan, sencillamente los reconocéis en tanto que pensamientos. No los analizáis ni intentáis implicaros en ellos. Es el entendimiento inicial. Una vez que contáis con este tipo de entrenamiento y que os ocupáis así de vuestros pensamientos y vuestras emociones, y particularmente, cuando tenéis la Visión, podéis permanecer abiertos y, surja lo que surja, dejarlo. Luego, cuando esto se asienta, algo se asienta de verdad si lo dejáis que se asiente en sí mismo. Mientras tanto, si lo manipuláis, saboteáis el proceso de purificación.

No es fácil y necesitáis una verdadera fuerza para ello. Hacedlo así cuando estéis inspirados. Y también… es interesante, el mejor momento para intentarlo, es cuando ocurre lo peor. ¿Por qué? Porque no tenéis otra posibilidad que estar abiertos. No hay otro camino. Cuando os encontráis con dificultades, os volvéis emocionalmente vulnerables y en ese momento es cuando tenéis que ser valientes. No abandonéis.

No toméis las cosas en serio, permaneced en la simplicidad de las cosas.

Lo importante, ocurra lo que ocurra, es no tomar las cosas en serio. La misma instrucción se aplica a los bardos después de la muerte. ¿Qué es lo más importante que hay que recordar en los bardos tras la muerte? No toméis las cosas que ocurren en serio, podrían convertirse en esquemas particulares que constituyen trampas, y podéis volver a caer en el samsara. Dicho esto, cuando aparece una buena visión, imaginar que puede ser una trampa, también es una trampa. No tengáis ni apego ni aversión. Ocurra lo que ocurra, dejadlo que tenga lugar. No intentéis cambiar nada. No intentéis cambiar nada en absoluto. Simplemente, permaneced en la simplicidad natural.

¿Qué quiero decir con esto? Ser vulnerable y abierto. Pero no intentéis ser demasiado vulnerables. No intentéis hacer nada. Limitaros a sentir. No os cerréis porque si podéis atravesar una situación, podréis purificar vuestro karma. Tarde o temprano tendremos que atravesar las cosas, y si lo hacéis así, es mucho más rápido. Aunque tengáis la impresión de que es muy intenso, no es tan intenso como lo sería si lo dejarais de lado más tiempo. Es como en el ejemplo del espejo: cuando veis vuestras horribles caras, no son tan horribles, es la verdad. Pero si golpeáis el espejo y lo rompéis en mil pedazos, veréis mil horribles caras, lo cual será mucho peor.

Así que cada vez que se produzcan dificultades, no son tan horribles como parecen- No es tan malo. La forma de reaccionar cuando tenéis miedo, es decir, la forma de reaccionar ante el miedo es decirle: ¡Bienvenido! ¡Eres de la casa! Está tan cercano a vosotros que es como uno de vuestros primos. Todas vuestras emociones son de la casa, por decirlo de alguna forma. Os enseño cómo, …todo tipo de formas de verlo.”


AHORA, SENTAROS EN EL COJÍN DE MEDITACIÓN UNOS 20 MINUTOS, PARA DEJAR QUE LA ENSEÑANZA SE ASIENTE EN VOSOTROS Y LUEGO LEEDLA DE NUEVO Y CONTEMPLADLA Y REFLEXIONAD ACERCA DE ELLA.


Maitri: Hacerse amigo de uno mismo
Por Naila Castillo

Siempre que se inicia un camino espiritual surgen fantasías y proyecciones acerca de lo que ese camino puede hacer con nuestra vida, acerca de cómo vamos a volvernos mejores y más buenos, acerca de cómo la gente va a incorporarnos y va a querernos; creemos que mágicamente vamos a ser más abiertos y que todo se va a volver claro y sencillo; pero a medida que uno empieza a andar se va dando cuenta de que las cosas son tan simples que son incapaces de comprenderse desde la solidez del ego.
Todo en la vida se cimenta en la comunicación. Comunicarse es conectarse, y esto implica una cualidad de espacio, donde se pueda mover lo que se está tratando de comunicar y de flexibilidad en la dinámica. Surgen entonces tres factores esenciales: la irradiación (transmitir algo), el recibir y la interrelación de éstos.
La realidad está constantemente irradiando información de distintas formas, pero la comunicación sólo se produce cuando el cuerpo y/o la mente se alinean con alguna de esas frecuencias. Para que esto se produzca se necesita apertura; y mientras más apertura más espacio libre.
Todos los conflictos humanos nacen por el dolor que produce el roce con la realidad debido a los apegos, al rechazo y la ignorancia de seguir manteniendo la idea de que existe un yo y un otro. Todos buscamos aprender a conectarnos con la realidad del mundo externo (vínculos, relaciones) y del mundo interno (pensamientos, emociones, recuerdos), cada uno a través de diversas formas, pero lo cierto es que no podemos comunicarnos abiertamente con el mundo cuando seguimos manteniendo cientos de fantasías acerca de nosotros mismos.
Todas las enseñanzas acerca de la compasión, la bondad, el desapego y la libertad, no comienzan hacia fuera sino desde uno mismo. Como dije antes, la comunicación necesita una irradiación, pero si hay obstáculos en ésta, la comunicación no se produce, hay ruido. Los obstáculos son nuestras fantasías acerca de lo que creemos ser, acerca de lo que nos gustaría ser, acerca de lo que nos gustaría que los demás creyeran de nosotros.
Cuando le preguntaron al Dalai Lama cómo se podía resolver el hecho de que la gente se odiara a sí misma o fingiera que era de otra forma porque se rechazaban, respondió que no era posible que eso existiera, que el ser humano es incapaz de odiarse a sí mismo; Lamentablemente el 90% de la población occidental no siente respeto por sí misma y esa situación da origen a la violencia y a la velocidad que lleva el mundo de hoy. Cuando no podemos aprender a mirarnos a nosotros mismos con respeto, paciencia y honestidad, como podemos pretender lograr comunicarnos con los demás.
En el Budismo, no hay forma de llegar a los otros ni de alcanzar las cualidades de espacio y claridad que posee la mente si uno ni siquiera puede ser sincero con uno mismo.
Cuando un agricultor compra una tierra, necesita ver la tierra tal cual es con todos los nutrientes y con todas sus sequedades, porque esa es la tierra que va a utilizar, de nada le sirve fantasear con tal o cual tierra del vecino o con que haría si tuviera la mejor tierra o con imaginar un valle nutrido en una tierra árida. Necesita ver su material sin recrear proyecciones que le quitan energía y que no sirven para nada.
Obviamente es más fácil decirlo que hacerlo, por ésta razón surge un factor importante: la voluntad. Es decir tener el coraje una y otra vez para mirarse tal cual uno es.
Los seres humanos tendemos a meternos en una madriguera a esperar la oportunidad para salir y expandir un poco más “nuestro territorio” que siempre está basado en ilusiones, y cuando afuera se pone duro nos volvemos a esconder, y así vivimos pasando de la estrechez a la apertura. Desarrollar la voluntad es comprender que no hay necesidad de expandir ningún territorio, que las cosas tienen una actividad natural y que no es necesario controlarlo todo; es mirar el mundo y dejar que éste nos involucre en su juego. Es igual que cuando uno se sienta en una vista panorámica a mirar un paisaje, uno ve como la naturaleza desarrolla todo su juego; todo está en constante actividad y sin embargo no hay ningún guión para ello. Incluso uno es parte de ello, y reconocer esto es dejar de utilizar la voluntad para armar el mundo que queremos y aprender a valorar el que tenemos. Este valorar, tiene que ver con desarrollar un sentimiento de riqueza que no está sujeto a algo material o a algo externo que obtuvimos, sino a todo lo que uno es, apreciando la dignidad que todos los seres humanos tenemos, apreciando todo aquello que damos por sentado, como el respirar, el poder usar todos nuestros sentidos, el simple hecho de estar presentes. También valoramos nuestro pasado.
Cuentan los sutras budistas que cuando el ego de Siddharta (Buda Sakiamuni), observó hacia atrás en su pasado se dio cuenta que había matado y había dado vida, que había sido rico y también pobre, infeliz y feliz, mujer y hombre, joven y viejo, agresivo y calmo, corrupto y piadoso, entonces, se puso a llorar, pero no de angustia sino por compasión. Todas esas cosas que el observaba, eran parte de él, del Buda. Solamente cuando las aceptó como parte de sí, alcanzó la iluminación.
El secreto es reconocer todo aquello que creemos que jamás le mostraríamos a los demás. Reconocer que todas nuestras tendencias, nuestros recuerdos dolorosos, nuestra visión fea de nosotros tiene que ver con mecanismos de defensa que no nos permiten vivenciar el momento presente, que no nos dejan comunicarnos abiertamente con la realidad y que son anclas que no permiten la liberación. La manera no es hacer oídos sordos a las cosas sino incorporarlas, aceptar que a lo largo de nuestras vidas, sobre todo en ésta presente hemos sido estúpidos, pero que incluso ésta estupidez surge por comodidad. Tampoco se trata de analizar y revolver el pasado, como dice el dicho “lo pasado, pisado”. No es importante el porqué de las cosas, sino el para qué. Si nos vinculamos con recuerdos o cosas que nos molestan de nosotros, es importante en primer lugar hacernos cargo de ellas, no importa si las heredamos, si nos contagiamos, o lo que sea. La única manera de relacionarnos abiertamente con nuestros conflictos y tendencias es observando cómo nos vinculamos con las cosas y no las cosas en sí.
A medida que vamos incorporando todo éste material que evaluamos como desagradable, nos vamos dando cuenta también que surgen como formas de controlar el territorio de ese yo inexistente que damos a luz momento a momento a través de un pegoteo sumamente complejo que se produce constantemente.
Los pensamientos, las emociones destructivas como la ira, los celos, los apegos, el odio, las emociones como la alegría, la felicidad, que en general siempre vienen a raíz de algo que obtuvimos, todo eso surge como forma de controlar, ¿de controlar qué?, de controlar el hecho de que en realidad todo lo que vivimos no es más que un punto “sin importancia” en medio del universo, de controlar la realidad de que en sí no somos el eje de la creación, y de escapar a la realidad de que a todos nos pasa lo mismo. Por tanto uno debería preguntarse: ¿Qué estoy tratando de controlar? ¿Es posible ocultar algo de mi mismo, sea recuerdos, tendencias, actitudes? Lo que en realidad no queremos entender es que todo lo experimentado deja luego de existir y se convierte en una realidad muerta.
Es ridículo e imposible sostener un personaje que no nos permite establecer una comunicación real con el mundo y estar presentes a cada momento.
Cuando vamos reconociendo todas éstas cosas nuestras como cualidades y como potencial de trabajo, todas esas actitudes de no-respeto y desprecio por uno mismo se van cayendo, es como si la hipocresía y las caretas se fueran despegando sin esfuerzo, caen en forma natural; no hay nada que hacer.
La vida no se trata de agradar al mundo ni de volverse mejor, sino de ser lo más sincero y franco posible para soltar todas las ataduras que cargamos y vivir simplemente siendo.
Es simple, si nos miramos en el espejo de la devoción y vemos que en realidad nuestra preciosa existencia es la de un Buda en potencia, descubriríamos que la competencia, la inseguridad, la dependencia de otros, la falta de confianza y demás, no tienen cabida. Al fin y al cabo eso es hacerse amigo de uno mismo.

El Terapeuta Zen
Por Chögyam Trungpa

Los budistas asumen la tarea psicoterapéutica como intercambio, simple y profundo, de amor a la vida. Su meta no es trascender el motivo de la consulta ni llegar al momento de la curación –si lo hubiere. Terapeuta y paciente, como maestro y discípulo, comparten la plenitud de ser humanos.


El trabajo fundamental de los profesionales de la salud en general y de los psicoterapeutas en particular es alcanzar la plenitud como seres humanos, e inspirarla en las personas que van necesitadas por la vida. Al hablar de un ser humano pleno nos referimos a alguien que no solamente come, duerme, camina y habla sino que experimenta un básico estado de alerta. Puede parecer muy exigente el definir la salud en términos de atención, pero está muy cerca nuestro, podemos experimentarla. La tocamos continuamente, en realidad.
Estamos en permanente contacto con la salud esencia. Aunque la definición de salud que da el diccionario sea “libre de enfermedad”, deberíamos considerarla algo más que eso. Según la tradición budista la gente posee una naturaleza de Buda inherente; esto significa que es buena en esencia. Desde este punto de vista, la salud es intrínseca. La salud es lo primero: la enfermedad es secundaria. La salud es. Así que ser saludable es ser fundamentalmente completo, con cuerpo y mente sincronizados en un estado de ser que es bueno e indestructible. Esta actitud no sólo se recomienda a los pacientes, sino también a los que ayudan, a los doctores. La bondad intrínseca está siempre presente en cualquier interacción de un ser humano con otro, es mutua.
Hay diversos abordajes a la psicología; algunos de ellos problemáticos. Desde el punto de vista budista cualquier intento de definir, categorizar y encasillar a la mente y sus contenidos es un problema. Este método podría llamarse materialismo psicológico. El problema de ese abordaje es que no da lugar a la espontaneidad y a la apertura: descarta la salud básica.
Deseo promover un estilo de trabajo con los otros en el que la espontaneidad y humanidad se expandan hacia los demás, donde podamos abrirnos a ellos y compartimentar nuestra comprensión. Esto significa, antes que nada, trabajara con nuestra natural capacidad de calidez. Podemos desarrollar calidez hacia nosotros mismos, para comenzar; luego se expandirá a los otros. Así nos relacionaremos en el mismo encuadre con la gente conflictuada, entre nosotros y con nosotros mismos.
Debemos sentir total y completamente nuestra vida para poder evaluar si somos seres humanos genuina y verdaderamente despiertos.
Cuando alguien comienza a sentir que no está siendo encasillado, que hay una conexión genuina, se entrega. Comienza a explorarte y tú comienzas a explorarlo a él. Se desarrolla una inefable amistad. Este estilo de trabajo es muy potente.
Aunque hable como un maestro budista, no pienso que la terapia deba dividirse en categorías. No tenemos que decir “Ahora hago terapia al estilo budista” o “ahora hago terapia al estilo occidental”. No hay tanta diferencia, en realidad. El estilo budista de trabajo es sólo sentido común. También lo es el estilo occidental de trabajo. Trabajar con otros es una cuestión de ser genuino y proyectar esa calidad a los demás. El trabajo que haces no tiene un título o nombre en particular: es ser completamente honesto. Toma el ejemplo del mismo Buda, ¡él no era budista! Si tienes confianza en ti mismo y encuentras una forma de superar el ego, entonces la verdadera compasión puede alcanzar a los demás. Más que tratar de crear nuevas teorías o categorías de comportamiento, lo principal del trabajo con las personas es apreciar y manifestar la simplicidad. Cuanto más aprecies la simplicidad más profunda será tu comprensión. Ella tendrá más sentido que la especulación.
La tradición budista enseña la verdad de la no permanencia, o la naturaleza transitoria de las cosas. El pasado se ha ido y el futuro todavía no llegó; trabajamos con lo que hay aquí –en el momento presente. Esto ayuda a no categorizar o teorizar. Hay una situación fresca, viva, que ocurre continuamente. Este abordaje no categórico es el resultado de estar completamente aquí, en lugar de tratar de conectarse con hechos pasados. Los seres humanos se manifiestan en el momento.
A veces, sin embargo, las personas están obsesionadas con sus pasados, y podrían necesitar hablar de eso, para poder comunicarlo. Tienes que hacerlo orientado siempre hacia el presente. No es cuestión de repetir historias para reconectarse con el pasado, sino más bien comprobar que la situación actual tiene muchos niveles: el básico, que puede estar en el pasado; la manifestación actual, que sucede ahora; y allí donde se encamina el presente. El presente tiene tres aspectos. Una vez que comienzas a aproximarte a la experiencia de alguien en esta forma, el vínculo vive. Tampoco es necesario alcanzar una conclusión acerca del futuro. La conclusión se está manifestando en el presente. Puede haber una historia clínica, pero esa historia está muriendo. La historia completa de una persona está presente cuando te sientas y le dices hola.
No tratamos de conocer a una persona basándonos en su pasado. Tratamos de hacer su historia clínica en términos de quién es ahora; eso es lo que importa. Siempre entrevisto así a mis alumnos. Les pregunto la edad, si alguna vez han estado fuera de América, si han ido a Europa o Asia, que han hecho, cómo son sus padres y todo eso. Pero me baso más en esta persona que en aquélla. Es más directo. La gente con quién trabajamos puede ocuparse de su pasado, pero nosotros como sus ayudantes, tenemos que, saber dónde están ahora, en qué estado mental están en este momento. Esto es muy importante. De otro modo podríamos perder la pista de quién es ahora y pensarla como si fuera otro, como si fuera una personalidad completamente diferente.
Los pacientes deben experimentar la plenitud que emana de ti. Si lo hacen, se sentirán atraídos. Generalmente la insania se basa en la agresión, el rechazo de sí mismo o del mundo propio. Las personas pueden sentirse incomunicadas con el mundo, que el mundo las ha rechazado. Pueden haberse aislado a sí mismas o sentir que el mundo las aísla. Si cuando entras en una habitación y te sientas con ellas tu presencia irradia compasión, si hay amabilidad y deseo de incluirlas, ese es el estado previo a la curación. La curación viene de una simple sensación de razonabilidad, amabilidad y plenitud humana.
El primer paso es proyectarnos como seres humanos genuinos. Después podemos ayudar a otros creando una atmósfera apropiada alrededor de ellos. Aquí hablo literalmente: ya sea en una casa o en una institución, la atmósfera debe reflejar la dignidad humana y debe estar físicamente ordenada. La cama tiene que estar tendida y hay que preparar buena comida. Así es como se estimula a una persona a relajarse en este ambiente.
Algunos pueden considerar como mundanos y poco importantes los detalles del ambiente físico. A menudo, las perturbaciones que experimenta la gente provienen de la atmósfera que los rodea. Algunas veces sus padres han creado el caos –una pila de platos en la pileta de la cocina, ropa sucia en un rincón, comida mal preparada. Estas pequeñas cosas pueden parecer incidentales, pero en realidad afectan mucho la atmósfera. Cuando trabajamos con la gente podemos ofrecer un contraste a ese desorden. Podemos manifestar nuestra apreciación de la belleza más que empujar al loco hacia una esquina. Valorar el medio ambiente es una parte importante de la práctica del budismo Zen y del budismo tibetano. Ambas tradiciones consideran a la atmósfera que rodea a una persona como un reflejo de su individualidad que debe conservarse inmaculado.
El ambiente es muy importante y, sin embargo, se lo deja frecuentemente de lado. Podemos trabajar a partir de reconocer al paciente, recibirlo como a un huésped especial –que es lo que se merece- y ofrecerle, como dije antes, una buena comida.
El abordaje terapéutico convencional trata de ordenar primero la mente de la gente, luego bañarla y finalmente vestirla. Piensen que es necesario trabajar con toda la situación al mismo tiempo.
Hablamos de crear, por lo menos al principio, una vida artificial, casi ideal, para los que están gravemente enfermos, hasta que se equilibren. Deberíamos bañarlos, limpiar sus habitaciones, hacer su cama y cocinarles una buena comida. Hacer elegante su vida. La base de su neurosis es que han experimentado sus vidas y el mundo como algo feo, lleno de resentimiento, sucio. Cuanto más resentidos se vuelven, la sociedad más refuerza esa actitud. Así es que nunca experimentan una atmósfera de hospitalidad compasiva. Se los considera molestias. Esta actitud no ayuda. La gente nunca molesta. Son solamente ellos mismos en esa circunstancia.
La terapia debe basarse en el mutuo aprecio. Puede ser que no le guste el ambiente que has creado y se enoje aunque le presentes una hermosa bandeja con comida, si siente que esto es solamente tu “mambo”, que tu actitud no es genuina, que tu generosidad es una hipocresía. Si tu acercamiento es completamente unificado, si tratas a tus pacientes como príncipes y princesas en el completo sentido de la palabra, desearán retribuirte. Puede ser que se entusiasmen y comiencen a manifestarse, a apreciar su cuerpo, su fuerza y su existencia como un todo. Encontrar técnicas que curen a la gente para que puedas sacártela de encima no es el asunto. Se trata más bien de aprender a incluirla como parte de una buena sociedad humana. Es importante que el terapeuta cree una atmósfera donde las personas se sientan bienvenidas. Esta actitud debe impregnar el ambiente.
La habilidad de trabajar con la neurosis de otro y hasta con su locura, depende de lo poco que le temas cuando lo trates, de lo inhibido que te sientas, de cuanto te incomode, o cuánto puedas manifestarle. No hay problemas cuando una madre se relaciona con su niño porque ella sabe que él crecerá y se transformará en una persona razonable. No le importa cambiar pañales y hacer toda clase de cosas para su niño. En cambio, si tratas con gente que ya creció hay que superar una incomodidad fundamental. Esa incomodidad tiene que transformarse en compasión.
La gente loca es muy intuitiva. Es brillante, de alguna manera, recibe mensajes – hasta un flash de tu pensamiento- y les da mucha importancia. Por lo general se los guarda y traga, o los escupe. Depende de cómo seas y cuán abierto estés en estas situaciones. Por lo menos podrías estar receptivo en ese momento, que es en sí un enorme propósito para entrenarte y educarte a vos mismo. Recién entonces aparece la posibilidad de perder el miedo.
Al trabajar con otros es necesario que tu, el terapeuta, seas paciente todo el tiempo. Es lo que hago con mis alumnos. Nunca los abandono. No importa que problemas de traen, siempre les digo lo mismo: adelante.
La gente cambia lentamente si le tienes paciencia. Si irradias salud vas a llegar a ellos con seguridad. Comenzarán a notarlo, aunque por supuesto no querrán que nadie se entere, sólo dirán: “Nada cambió, siempre tengo los mismos problemas”. No te rindas. Si te das el tiempo suficiente, algo pasa. ¡¡Funciona!!
Haz lo que tengas que hacer para mantenerlos y probablemente vuelvan. Si no reaccionas demasiado neuróticamente, eres su mejor amigo. Eres para ellos como el recuerdo de haber comido en un buen restaurante siempre vienen a verte cuando te mantienes igual. Eventualmente se hacen amigos tuyos. No te precipites. Lleva tiempo. Es un proceso muy largo, pero, si no lo abandonas, resulta poderoso. Tienes que olvidar tu impaciencia y aprender a amar a la gente. Así se cultiva la salud básica en los demás.
Es muy importante que te dediques completamente a tus pacientes, que no trates de librarte de ellos después que se hayan curado. No deberías considerar lo que haces como un trabajo médico común. Como psicoterapeuta deberías ocuparte más de tus pacientes y compartir su vida. Este tipo de amistad es un compromiso a largo plazo. Es caso como la relación maestro-discípulo en el sendero budista. Debería enorgullecerte.


Chögyam Trungpa es maestro de meditación budista tibetana. Reside en EE.UU desde hace casi 20 años. Fundó el Naropa Institute, en Boulder, Colorado, innovador colegio de artes que combina meditación y disciplinas intelectuales. También dirigió el Shambala Training, programa nacional que focaliza el despertar de la confianza y el bienestar psicológico, y publicó varios libros.



¿Qué es el budismo?
Por Naila Castillo

Ahondando en la historia vemos que el budismo parte de un hombre llamado Sidharta Gautama al que luego de alcanzar el pleno desarrollo de su potencial fue conocido como Buda Sakyamuni. Éste hombre, buscando una respuesta a la naturaleza del sufrimiento se sumió completamente en la realidad, observándola hasta desgranarla por completo; reposando en sí mismo contempló pensamientos, emociones, temores, esperanzas, y fue dejando que todo siga su curso, que las cosas fluyeran. Así fue conectando con la realidad tal como es, abriéndose en vez de manipular.
Hay muchas maneras de acercarse al budismo y cada uno puede escoger qué es lo que busca, el estudio intelectual, o la plena integración del ser humano en todos sus planos y en la realidad tal como es.
Es bueno aclarar que a pesar de lo que se cree, el budismo no es una religión, sino una ciencia de la mente. El budismo tiene su raíz en la realidad, y trata de que todos los seres humanos descubramos el potencial intrínseco que tenemos y podamos hacer pleno uso de éste. Éste potencial no está ligado a ninguna atadura doctrinal ni dogmática sino a penetrar en el tejido de la vida e ir descubriendo la naturaleza misma de ésta, en ir comprendiendo que el ser humano es un ser íntegro y a la vez efímero, pero que en esencia es indestructible. El budismo es aprender a morir a cada instante para descubrir el gozo que tiene la vida más allá de los vaivenes de las emociones, más allá de las situaciones de la vida.
El budismo tiene prácticas que nos muestran que ese potencial de espacio y gozo, de libertad es la verdadera naturaleza de nuestra mente y que ésta se oculta detrás de miles de velos que parecen sólidos y que constituyen nuestra tendencia a recrear cada vez más sufrimiento. En el budismo esto se denomina veneno y si bien hay muchas manifestaciones sutiles las formas más básicas son el apego, la ira y la ignorancia. Pero si dejamos de dar rienda suelta a los venenos de la mente con todas sus resistencias, y los consideramos como parte de la dinámica de la mente, así como a nadie se le ocurriría separar las olas del océano, encontraríamos que detrás de esa aparente realidad hay un manantial constante de sabiduría y alegría. Es como un estado constante, tan constante que a veces cuesta creer que eso sea realidad, y la cualidad de esto es que no depende de nada para existir, es autoexistente y no tiene principio ni fin.
Si se preguntan cuál es la forma de alcanzar esto, es simple, uno solamente tiene que aprender a no dejarse llevar por los impulsos superficiales por más dolorosos o placenteros que parezcan y tener el coraje para ignorar esas tendencias tan arraigadas, simplemente estableciéndose en ese estado de calma y plenitud.
A veces parece muy difícil llevar esto a la vida cotidiana, pero es necesario hacer un intento, sobre todo en éste mundo tan violento como el que vivimos hoy, donde las personas no encuentran la manera de desidentificarse de sus pensamientos y emociones y trascender el sufrimiento. Se trata entonces primero de alcanzar una visión, de comprender que uno puede vivir su vida como si estuviera en la cima de una montaña, es decir con mucho “aire” y con mucho espacio y que eso a su vez trae un gozo muy simple pero tremendamente exultante. Comprender que las cosas tienen una dinámica que se integra constantemente con el tejido de los otros, que las cosas nacen y mueren y que es imposible congelar ese proceso y entender que ese movimiento tiene que ver con vivir la realidad tal como está, comprendiendo que la felicidad no reside en modificar la vida en su escenario externo. Este movimiento va haciendo que entendamos que la vida no es algo sólido, por lo cual se vuelve imposible de conceptuar, volviéndose espaciosa y receptiva.
El objetivo es Vivir libre de las ataduras de los juegos que la mente ha mal aprehendido. La manera de llevar esto a la realidad es a través de la meditación. La meditación es un estado en el cuál tenemos una gran capacidad de enfocarnos en ésta visión e ir permitiendo que vaya decantando en nuestra vida. La meditación puede ser formal, puede ser a través de prácticas como el yoga físico, la respiración, a través de la reflexión, a través de la contemplación o como fuere, pero trata de abrir la visión habitualmente estrecha de la realidad e ir bañando con ella la propia vida cotidiana.
El budismo es un laboratorio, la meditación que es su principal arma es un microscopio y la vida incluido uno mismo es el objeto de estudio. Podríamos decir entonces que el budismo es el reconocimiento del propio potencial y el arte de sacar a la luz la irradiación de ese potencial, pero para ello es necesario conocer las propias limitaciones, conocer los velos que recubren nuestra mente y ser compasivo con uno mismo, hacerse amigo de uno tal como es en éste momento.
Por ello, cuando uno de pronto no sabe dónde está parado o al contrario, siente que una vorágine imparable le domina la “cabeza” es preciso detenerse un segundo y preguntarse qué clase de futuro está forjando uno en ese momento, no sólo para uno mismo, sino también para el resto de los seres y recordar que está desperdiciando un potencial fabuloso simplemente por comodidad. El budismo entonces es una herramienta que nos recuerda como vivir.