Tuesday, July 29, 2014

La quintaesencia de los Santos

Una oración que contiene los puntos esenciales de la enseñanza
por S.S. Dudjom Rinpoche



Muy precioso y bondadoso Guru raíz, señor del mandala, único, permanente e infalible refugio, sustenta con tu compasión a aquellos que, preocupándonos únicamente de la vida presente y sin albergar el pensamiento de la muerte, desperdiciamos éste nacimiento humano libre y bien favorecido.
Nuestra existencia, ese gesto efímero parecido a un sueño, si es dichosa, está muy bien; pero, si es desgraciada, también está bien; sin correr en pos de la alegría ni tratar de huir de la tristeza, practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Esta vida humana, cual lámpara de mantequilla expuesta al viento, si es longeva está muy bien pero, si es breve, también está bien; sin constreñir aun más el lazo del ego, practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
La existencia dedicada al placer, como una tentadora aparición mágica, si tiene éxito está muy bien; pero, si fracasa, también está bien. Rechazando los ocho intereses mundanos como si fuesen basura, practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
La compañía, cual bandada de pájaros sobre la copa de un árbol, si se mantiene unida está muy bien pero, si se dispersa, también está bien; sin permitir que los otros nos arrastren de la nariz, practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
éste cuerpo ilusorio, cual ruina centenaria, si se mantiene en pie está muy bien; pero, si cae reducido al polvo, también está bien. Sin preocuparnos por el vestido, el alimento o la medicina, practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Los instrumentos del devoto, cual juguetes de un niño, si se guardan está muy bien pero, si se pierden, también está bien. Sin molestarnos por detalles carentes de importancia, practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Dioses y demonios, cual reflejos en un espejo, si son favorables está muy bien; pero, si nos son adversos, también está bien. Sin tomar como enemigos a nuestras propias visiones ilusorias, practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
La confusa palabrería, como un eco inasible, si no atrae nuestra atención está muy bien;pero, si nos interesa, también está bien. Tomando como testigos únicamente a las Tres Joyas y a nuestra conciencia, practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Aquellas cosas que, cual cornamenta de ciervo, pueden mostrarse inútiles en momentos de necesidad, si no hacemos caso de ellas, está muy bien;pero, si no las ignoramos, también está bien. Sin depositar nuestra confianza en las artes y las ciencias mundanas, practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Las ofrendas y el dinero de los devotos, cual veneno letal, si los recibimos está muy bien pero, si no los conseguimos, también está bien. Sin consagrar nuestra vida a acumular más negatividades, practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
La posición encumbrada, cual excremento de perro revestido de brocados, si la alcanzamos está muy bien pero, si no llegamos a ella, también está bien. Percibiendo directamente nuestra propia podredumbre, practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Los amigos y parientes, cual viandantes que se cruzan en el mercado, si son armoniosos está muy bien pero, si son hostiles, también está bien. Cortando el apego de la tensa cuerda que ata nuestro corazón, practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Todas las posesiones materiales, como un tesoro descubierto en un sueño, si uno las posee, está muy bien pero, si no cuenta con ellas, también está bien. Sin hacer girar hacia nosotros la cabeza de los demás buscando halagos, practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Los privilegios y el rango, que recuerdan al pajarillo encaramado en la copa de un árbol, si son elevados está muy bien pero, si son inferiores, también está bien. Sin tornarnos más mezquinos al desear una posición mejor, practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Los sortilegios concebidos para causar daño, cual arma de doble filo, si somos capaces de utilizarlos está muy bien pero, si no podemos hacerlo, también está bien. Sin buscar la espada que segará nuestra propia vida, practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
La recitación de las plegarias, como la letanía de un loro, si uno la pone en práctica, está muy bien pero, en caso de no hacerlo, también está bien. Sin alardear de todo lo que hacemos, practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Las prédicas religiosas, que recuerdan al ruido de las cascadas de montaña, si son elocuentes está muy bien pero, si no lo son, también está bien. Sin confundir la mera palabrería con la auténtica enseñanza, practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
El intelecto que juzga rápidamente, cual cerdo olisqueándolo todo, si es perspicaz está muy bien pero, si está embotado, también está bien. Sin permitir que se claven en nosotros los dardos del apego y el rechazo, practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Las experiencias meditativas, como el torrente tras una tormenta de verano, si aumentan está muy bien pero, si disminuyen, también está bien. Sin imitar a los niños que persiguen el arco iris, practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Las visiones puras, cual llovizna en la cumbre de una montaña, si surgen está muy bien pero, si no aparecen, también está bien. Sin tomar por reales las experiencias ilusorias, practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Las libertades y las condiciones favorables, como una gema que otorga todos los deseos, resultan indispensables para poder practicar el santo Dharma. Así pues, sin arrojar aquello que ya tenemos en nuestras manos, practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Si no hallamos al glorioso maestro, que es la lámpara que ilumina el sendero a la liberación, no habrá modo de que reconozcamos nuestra verdadera naturaleza. Así pues, una vez que sabemos por donde transcurre el sendero, no saltemos al abismo y practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Si no escuchamos el sagrado Dharma, que es como la medicina capaz de curar la enfermedad, no tendremos oportunidad de saber qué hacer y qué evitar. Así pues, cuando conocemos la diferencia entre el bien y el mal no nos abalancemos sobre el veneno y practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Si no apreciamos la alternancia entre placer y dolor, que evoca a la sucesión de las estaciones, no podremos renunciar al samsara. Así pues, dado que es seguro que el sufrimiento siempre nos alcanzará, practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Si no podemos liberarnos ahora de nuestra situación samsárica, que se parece a una piedra caída en el fondo de un lago, tampoco seremos capaces de hacerlo en el futuro. Por ello, cojamos fuerte la cuerda de la compasiva Triple Joya y practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Si ignoramos las virtudes de la liberación, que es como una isla saturada de joyas, no habrá forma de desarrollar determinación y perseverancia. Habiendo reconocido las ventajas de una victoria definitiva,practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Si no saboreamos el néctar de las vidas de los grandes maestros, no podremos generar suficiente confianza. Así pues, si somos capaces de diferenciar entre la victoria y la derrota, no escojamos la auto destrucción y practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Si no cultivamos el fértil campo de la Bodhicitta, no tendremos ninguna posibilidad de alcanzar la iluminación. De éste modo, sin ceder a la holgazanería cuando hay una gran meta que alcanzar, practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Si no mantenemos bajo control a nuestra propia mente, que es como un mono inquieto, no podremos evitar las emociones conflictivas. Por ello, sin actuar tan irreflexivamente como un loco, practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Si no rechazamos al ego, que es como una sombra que nos sigue a todas partes, no habrá manera de que arribemos al Reino del Gran Gozo. Así pues, cuando el enemigo se halla a nuestro alcance no lo tratemos como a un amigo y practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Si no extinguimos los cinco venenos, que son como las brasas ocultas entre las cenizas, no podremos reposar en el estado natural. Así, sin criar víboras en nuestros bolsillos, practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Si no ablandamos nuestro carácter, que se parece al cuero endurecido de un saco de mantequilla, no podremos mezclar jamás nuestra mente con el Dharma. De éste modo, sin robar a nuestro propio hijo, practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Si no logramos cortar las tendencias negativas persistentes y los malos hábitos, que son como el curso principal de un río, no podremos evitar actuar en contra del Dharma. Por ello, sin poner armas en las manos de nuestros enemigos, practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Si no nos libramos de las constantes olas de la distracción, no podremos lograr estabilidad. Así pues, si podemos hacer lo que queramos, no elijamos el samsara y practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Si no recibimos las bendiciones del maestro, como la primavera que calienta el suelo y las aguas, no podremos ser introducidos a la verdadera naturaleza de la mente. Si disponemos de un atajo similar, no emprendamos un gran rodeo y practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Si no somos capaces de permanecer en el retiro en la soledad de la naturaleza, que es como el verano en un lugar exuberante donde crecen las flores, no habrá modo de que emerjan las buenas cualidades. Así pues, si nos hallamos en la cumbre de la montaña, no descendamos a merodear por los pueblos oscuros y practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Si no nos alejamos del anhelo de los placeres, que es cual espíritu que atrae el infortunio a nuestro hogar, jamás pondremos fin a nuestra actividad de sufrimiento. Sin hacer ofrendas a esos espíritus ávidos como si fueran nuestra deidad personal, practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Si no cultivamos la plena atención, como un vigía a la entrada de una fortaleza, no podremos poner fin al movimiento de la ilusión. Si sabemos a ciencia cierta que el ladrón va a venir, no dejemos el pestillo de nuestra puerta abierto y practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Si no reconocemos nuestra verdadera naturaleza, que es tan inmutable como el cielo, no podremos resolver definitivamente las dudas sobre la visión. Así pues, sin dejarnos encadenar por la mera teoría, practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Si no contemplamos directamente la conciencia primordial —cual cristal inmaculado—, no podremos trascender la meditación intencional. De éste modo, si ya disponemos de un amigo fiel, no nos lancemos a la búsqueda de nuevas compañías y practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
Si somos incapaces de reconocer la «mente ordinaria» —como un viejo amigo—, todo lo que hagamos sólo contribuirá a aumentar nuestra confusión. Sin buscar a tientas con los ojos cerrados, practiquemos sinceramente el Dharma supremo.
En resumen, si no abandonamos las preocupaciones de esta vida, no habrá modo de poner en práctica las sagradas enseñanzas en el momento de la muerte. Habiendo resuelto, pues, ser bondadosos para con nosotros mismos, que todas nuestras actividades se encaminen hacia el Dharma. Que podamos permanecer libres de las visiones erróneas hacia el Lama que nos transmite la enseñanza del Dharma. Que conservemos la fe en el yidam cuando sobrevenga el infortunio. Que podamos seguir practicando nuestra sadhana a pesar de las circunstancias difíciles. Que podamos superar todos los obstáculos que nos impiden obtener la realización.
Todas las actividades tienen tan poco sentido como ir a dar un paseo por el desierto. Todos los esfuerzos sólo contribuyen al endurecimiento de nuestro carácter. Todos nuestros pensamientos no hacen sino añadir confusión a la confusión. Todo lo que las personas ordinarias toman por religión sólo es causa de mayor esclavitud. No sacaremos nada del exceso de actividad; no tiene sentido pensar demasiado; y no hay tiempo para que se cumplan nuestras expectativas. Habiendo desechado todo eso, que podamos meditar de acuerdo a las instrucciones orales.
Si deseamos emprender alguna acción, pongamos por testigos al Buda y las enseñanzas.Si deseamos hacer algo, mezclemos nuestro continuo mental con el Dharma. Si queremos obtener algo, tomemos como ejemplo las vidas de los maestros del pasado.¿Qué sentido tiene intentar algo diferente?
¡Niños consentidos!, liberémonos de las ocho preocupaciones mundanas y adoptemos una posición humilde porque estar satisfechos equivale a poseer un tesoro. ¡Que las bendiciones del Maestro penetren en todos nosotros! ¡Que nuestra realización sea tan vasta como el cielo! ¡Que podamos alcanzar el reino de Samantabhadra!


Escrito por Jigdral Yeshe Dorje para su propio uso, condensando el significado esencial de las palabras vajra de los grandes maestros del pasado.