por Naila Castillo
Todos los seres somos capaces de experimentar un estado despierto, de trascender la confusión y el sufrimiento. Algunos creen que esto es algo idealista o que no puede ser integrado en la vida actual, pero es posible experimentar de manera directa nuestro verdadero potencial. Lo que es cierto es que por la inercia que traemos, no estamos acostumbrados a reconocer este potencial. Estamos saturados de información de todo tipo. Por un lado las exigencias sociales y colectivas que nos fragmentan para encajar en determinados moldes y normas, por otro lado los roles que hemos creado nos ahogan un poco y las tendencias emocionales y del pensamiento discursivo por las que siempre nos dejamos llevar se han hecho en apariencia cada vez más sólidas. En este estado, divididos por estas distracciones es imposible que tengamos una experiencia directa de nuestra verdadera naturaleza. Aún así, para experimentar esta condición no es necesario abandonar nuestra vida y nuestra realidad cotidiana, no necesitamos retirarnos a una montaña o viajar a la India o al Tíbet para encontrar una práctica espiritual, simplemente no identificándonos con ello y relativizandolo podemos empezar a "limpiar", a "airear" nuestra mente y energía. Con el espacio que se abre al soltar estos puntos de referencia, empezamos a experimentar de una manera que no es intelectual, un estado más fresco y más genuino, más presente.
Pero a lo largo de mi práctica he visto que más de una vez las personas nos enfrentamos a miedos, trabas, o situaciones cotidianas que nos superan o que nos distraen, y en vez de aprender a utilizar estas circunstancias como el camino, las consideramos como ajenas a nosotros mismos, dejamos de meditar, dejamos de acudir a la sangha (el grupo donde uno practica), dejamos de utilizarlas como material para aprender y nos aislamos con la excusa de que "me pasó esto o aquello", "me siento así o asá", "no me coinciden los horarios" o "no soporto a esa persona".
Pero la realidad es muy simple. No vamos a vivir para siempre y cada vez que nos ponemos vagos o malcriados los que perdemos somos nosotros mismos. Estamos perdiendo lo más valioso que tenemos, el tiempo, porque el lapso de nuestra vida no es ilimitado. Experimentar esa naturaleza despierta es algo que realmente podemos realizar, pero para ello no basta con leer un libro o hacer algun curso una vez cada tanto o meditar una vez por mes o ir a yoga cuando puedo, significa tener en claro lo que queremos hacer con nuestra vida, como queremos vivirla, experimentarla. El dharma (la enseñanza sobre la naturaleza de la realidad) no es ajena a nosotros, no es un planteo espiritual y filosófico, es nuestra existencia en este momento presente, nuestra vida es el Dharma, pero para experimentar esto tenemos que usar "relojes" que nos despierten y estos despertadores son la práctica diaria y constante. Si tomamos esa disciplina (no con rigidez sino a través de plantearnos si queremos seguir confundidos o si queremos descubrir ese potencial innato), entonces nuestra vida se va a volver realmente preciosa y vamos a dejar de desperdiciarla.