Tuesday, October 24, 2006
El Terapeuta Zen
Por Chögyam Trungpa
Los budistas asumen la tarea psicoterapéutica como intercambio, simple y profundo, de amor a la vida. Su meta no es trascender el motivo de la consulta ni llegar al momento de la curación –si lo hubiere. Terapeuta y paciente, como maestro y discípulo, comparten la plenitud de ser humanos.
El trabajo fundamental de los profesionales de la salud en general y de los psicoterapeutas en particular es alcanzar la plenitud como seres humanos, e inspirarla en las personas que van necesitadas por la vida. Al hablar de un ser humano pleno nos referimos a alguien que no solamente come, duerme, camina y habla sino que experimenta un básico estado de alerta. Puede parecer muy exigente el definir la salud en términos de atención, pero está muy cerca nuestro, podemos experimentarla. La tocamos continuamente, en realidad.
Estamos en permanente contacto con la salud esencia. Aunque la definición de salud que da el diccionario sea “libre de enfermedad”, deberíamos considerarla algo más que eso. Según la tradición budista la gente posee una naturaleza de Buda inherente; esto significa que es buena en esencia. Desde este punto de vista, la salud es intrínseca. La salud es lo primero: la enfermedad es secundaria. La salud es. Así que ser saludable es ser fundamentalmente completo, con cuerpo y mente sincronizados en un estado de ser que es bueno e indestructible. Esta actitud no sólo se recomienda a los pacientes, sino también a los que ayudan, a los doctores. La bondad intrínseca está siempre presente en cualquier interacción de un ser humano con otro, es mutua.
Hay diversos abordajes a la psicología; algunos de ellos problemáticos. Desde el punto de vista budista cualquier intento de definir, categorizar y encasillar a la mente y sus contenidos es un problema. Este método podría llamarse materialismo psicológico. El problema de ese abordaje es que no da lugar a la espontaneidad y a la apertura: descarta la salud básica.
Deseo promover un estilo de trabajo con los otros en el que la espontaneidad y humanidad se expandan hacia los demás, donde podamos abrirnos a ellos y compartimentar nuestra comprensión. Esto significa, antes que nada, trabajara con nuestra natural capacidad de calidez. Podemos desarrollar calidez hacia nosotros mismos, para comenzar; luego se expandirá a los otros. Así nos relacionaremos en el mismo encuadre con la gente conflictuada, entre nosotros y con nosotros mismos.
Debemos sentir total y completamente nuestra vida para poder evaluar si somos seres humanos genuina y verdaderamente despiertos.
Cuando alguien comienza a sentir que no está siendo encasillado, que hay una conexión genuina, se entrega. Comienza a explorarte y tú comienzas a explorarlo a él. Se desarrolla una inefable amistad. Este estilo de trabajo es muy potente.
Aunque hable como un maestro budista, no pienso que la terapia deba dividirse en categorías. No tenemos que decir “Ahora hago terapia al estilo budista” o “ahora hago terapia al estilo occidental”. No hay tanta diferencia, en realidad. El estilo budista de trabajo es sólo sentido común. También lo es el estilo occidental de trabajo. Trabajar con otros es una cuestión de ser genuino y proyectar esa calidad a los demás. El trabajo que haces no tiene un título o nombre en particular: es ser completamente honesto. Toma el ejemplo del mismo Buda, ¡él no era budista! Si tienes confianza en ti mismo y encuentras una forma de superar el ego, entonces la verdadera compasión puede alcanzar a los demás. Más que tratar de crear nuevas teorías o categorías de comportamiento, lo principal del trabajo con las personas es apreciar y manifestar la simplicidad. Cuanto más aprecies la simplicidad más profunda será tu comprensión. Ella tendrá más sentido que la especulación.
La tradición budista enseña la verdad de la no permanencia, o la naturaleza transitoria de las cosas. El pasado se ha ido y el futuro todavía no llegó; trabajamos con lo que hay aquí –en el momento presente. Esto ayuda a no categorizar o teorizar. Hay una situación fresca, viva, que ocurre continuamente. Este abordaje no categórico es el resultado de estar completamente aquí, en lugar de tratar de conectarse con hechos pasados. Los seres humanos se manifiestan en el momento.
A veces, sin embargo, las personas están obsesionadas con sus pasados, y podrían necesitar hablar de eso, para poder comunicarlo. Tienes que hacerlo orientado siempre hacia el presente. No es cuestión de repetir historias para reconectarse con el pasado, sino más bien comprobar que la situación actual tiene muchos niveles: el básico, que puede estar en el pasado; la manifestación actual, que sucede ahora; y allí donde se encamina el presente. El presente tiene tres aspectos. Una vez que comienzas a aproximarte a la experiencia de alguien en esta forma, el vínculo vive. Tampoco es necesario alcanzar una conclusión acerca del futuro. La conclusión se está manifestando en el presente. Puede haber una historia clínica, pero esa historia está muriendo. La historia completa de una persona está presente cuando te sientas y le dices hola.
No tratamos de conocer a una persona basándonos en su pasado. Tratamos de hacer su historia clínica en términos de quién es ahora; eso es lo que importa. Siempre entrevisto así a mis alumnos. Les pregunto la edad, si alguna vez han estado fuera de América, si han ido a Europa o Asia, que han hecho, cómo son sus padres y todo eso. Pero me baso más en esta persona que en aquélla. Es más directo. La gente con quién trabajamos puede ocuparse de su pasado, pero nosotros como sus ayudantes, tenemos que, saber dónde están ahora, en qué estado mental están en este momento. Esto es muy importante. De otro modo podríamos perder la pista de quién es ahora y pensarla como si fuera otro, como si fuera una personalidad completamente diferente.
Los pacientes deben experimentar la plenitud que emana de ti. Si lo hacen, se sentirán atraídos. Generalmente la insania se basa en la agresión, el rechazo de sí mismo o del mundo propio. Las personas pueden sentirse incomunicadas con el mundo, que el mundo las ha rechazado. Pueden haberse aislado a sí mismas o sentir que el mundo las aísla. Si cuando entras en una habitación y te sientas con ellas tu presencia irradia compasión, si hay amabilidad y deseo de incluirlas, ese es el estado previo a la curación. La curación viene de una simple sensación de razonabilidad, amabilidad y plenitud humana.
El primer paso es proyectarnos como seres humanos genuinos. Después podemos ayudar a otros creando una atmósfera apropiada alrededor de ellos. Aquí hablo literalmente: ya sea en una casa o en una institución, la atmósfera debe reflejar la dignidad humana y debe estar físicamente ordenada. La cama tiene que estar tendida y hay que preparar buena comida. Así es como se estimula a una persona a relajarse en este ambiente.
Algunos pueden considerar como mundanos y poco importantes los detalles del ambiente físico. A menudo, las perturbaciones que experimenta la gente provienen de la atmósfera que los rodea. Algunas veces sus padres han creado el caos –una pila de platos en la pileta de la cocina, ropa sucia en un rincón, comida mal preparada. Estas pequeñas cosas pueden parecer incidentales, pero en realidad afectan mucho la atmósfera. Cuando trabajamos con la gente podemos ofrecer un contraste a ese desorden. Podemos manifestar nuestra apreciación de la belleza más que empujar al loco hacia una esquina. Valorar el medio ambiente es una parte importante de la práctica del budismo Zen y del budismo tibetano. Ambas tradiciones consideran a la atmósfera que rodea a una persona como un reflejo de su individualidad que debe conservarse inmaculado.
El ambiente es muy importante y, sin embargo, se lo deja frecuentemente de lado. Podemos trabajar a partir de reconocer al paciente, recibirlo como a un huésped especial –que es lo que se merece- y ofrecerle, como dije antes, una buena comida.
El abordaje terapéutico convencional trata de ordenar primero la mente de la gente, luego bañarla y finalmente vestirla. Piensen que es necesario trabajar con toda la situación al mismo tiempo.
Hablamos de crear, por lo menos al principio, una vida artificial, casi ideal, para los que están gravemente enfermos, hasta que se equilibren. Deberíamos bañarlos, limpiar sus habitaciones, hacer su cama y cocinarles una buena comida. Hacer elegante su vida. La base de su neurosis es que han experimentado sus vidas y el mundo como algo feo, lleno de resentimiento, sucio. Cuanto más resentidos se vuelven, la sociedad más refuerza esa actitud. Así es que nunca experimentan una atmósfera de hospitalidad compasiva. Se los considera molestias. Esta actitud no ayuda. La gente nunca molesta. Son solamente ellos mismos en esa circunstancia.
La terapia debe basarse en el mutuo aprecio. Puede ser que no le guste el ambiente que has creado y se enoje aunque le presentes una hermosa bandeja con comida, si siente que esto es solamente tu “mambo”, que tu actitud no es genuina, que tu generosidad es una hipocresía. Si tu acercamiento es completamente unificado, si tratas a tus pacientes como príncipes y princesas en el completo sentido de la palabra, desearán retribuirte. Puede ser que se entusiasmen y comiencen a manifestarse, a apreciar su cuerpo, su fuerza y su existencia como un todo. Encontrar técnicas que curen a la gente para que puedas sacártela de encima no es el asunto. Se trata más bien de aprender a incluirla como parte de una buena sociedad humana. Es importante que el terapeuta cree una atmósfera donde las personas se sientan bienvenidas. Esta actitud debe impregnar el ambiente.
La habilidad de trabajar con la neurosis de otro y hasta con su locura, depende de lo poco que le temas cuando lo trates, de lo inhibido que te sientas, de cuanto te incomode, o cuánto puedas manifestarle. No hay problemas cuando una madre se relaciona con su niño porque ella sabe que él crecerá y se transformará en una persona razonable. No le importa cambiar pañales y hacer toda clase de cosas para su niño. En cambio, si tratas con gente que ya creció hay que superar una incomodidad fundamental. Esa incomodidad tiene que transformarse en compasión.
La gente loca es muy intuitiva. Es brillante, de alguna manera, recibe mensajes – hasta un flash de tu pensamiento- y les da mucha importancia. Por lo general se los guarda y traga, o los escupe. Depende de cómo seas y cuán abierto estés en estas situaciones. Por lo menos podrías estar receptivo en ese momento, que es en sí un enorme propósito para entrenarte y educarte a vos mismo. Recién entonces aparece la posibilidad de perder el miedo.
Al trabajar con otros es necesario que tu, el terapeuta, seas paciente todo el tiempo. Es lo que hago con mis alumnos. Nunca los abandono. No importa que problemas de traen, siempre les digo lo mismo: adelante.
La gente cambia lentamente si le tienes paciencia. Si irradias salud vas a llegar a ellos con seguridad. Comenzarán a notarlo, aunque por supuesto no querrán que nadie se entere, sólo dirán: “Nada cambió, siempre tengo los mismos problemas”. No te rindas. Si te das el tiempo suficiente, algo pasa. ¡¡Funciona!!
Haz lo que tengas que hacer para mantenerlos y probablemente vuelvan. Si no reaccionas demasiado neuróticamente, eres su mejor amigo. Eres para ellos como el recuerdo de haber comido en un buen restaurante siempre vienen a verte cuando te mantienes igual. Eventualmente se hacen amigos tuyos. No te precipites. Lleva tiempo. Es un proceso muy largo, pero, si no lo abandonas, resulta poderoso. Tienes que olvidar tu impaciencia y aprender a amar a la gente. Así se cultiva la salud básica en los demás.
Es muy importante que te dediques completamente a tus pacientes, que no trates de librarte de ellos después que se hayan curado. No deberías considerar lo que haces como un trabajo médico común. Como psicoterapeuta deberías ocuparte más de tus pacientes y compartir su vida. Este tipo de amistad es un compromiso a largo plazo. Es caso como la relación maestro-discípulo en el sendero budista. Debería enorgullecerte.
Chögyam Trungpa es maestro de meditación budista tibetana. Reside en EE.UU desde hace casi 20 años. Fundó el Naropa Institute, en Boulder, Colorado, innovador colegio de artes que combina meditación y disciplinas intelectuales. También dirigió el Shambala Training, programa nacional que focaliza el despertar de la confianza y el bienestar psicológico, y publicó varios libros.
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