En lugar de horas de vuelo, los profesores de yoga tenemos horas
de mirar personas. Con la propia práctica uno va dejando de mirar las posturas,
poco le interesa el estiramiento del cuádriceps y empieza a mirar las maneras
en que las personas hacen las posturas o mejor dicho empieza a mirar a las
personas y sus conductas. Como uno es practicante aprovecha cada mirada sobre
el otro para aprender sobre sí mismo.
Como uno está mirando de una manera sistémica al ambiente de
la clase, va viendo los mecanismos de cada persona, todo queda expuesto a
través de los gestos de todo tipo: están los que suspiran y se quejan, los
frustrados que nunca les das la clase que quieren, los que se sacan la
pelusa de la ropa, los que se les baja la remera, los que cuando
decís “relájense sin tratar de bajar más” se ponen colorados de la fuerza que
están haciendo, están los que hacen lo que quieren, o los que quieren ir a su
tiempo, los que te miran de costado para que entiendas que no quieren hacer esa
postura, los que miran al de al lado, los que miran a la chica con escote (o
al escote de la chica), los que se tocan un lugar para que te des cuenta de que
ahí les duele, los que cuando te acercas a ayudarlos y le decís “dejá que yo te
acomodo” te endurecen la pierna o el brazo y se hacen el muertito de duros,
están los que hacen fuerza en las posturas en las que tienen que relajarse y
quieren relajarse en las posturas que tienen que hacer fuerza, están los que
vienen cansados que en realidad vienen por la relajación del final y se “aguantan”
la clase con fastidio, están los que llegan hasta ahí y los que quieren
optimizar la postura hasta que casi se transforma en otra, están los que se
aburren y esperan las consignas, los que se aburren porque no saben sentir,
están los que “te leen” porque están “re alineados”, están los que saben hacer
asanas “re difíciles” pero no saben que hacer cuando pasa más de dos segundos en una "postura fácil", están los que
quieren llamar la atención, los que se hacen que de repente se dieron cuenta
que les incomoda algo de la ropa o del lugar justo en esa postura que no pueden
hacer, están los que pelean en el espacio cuando hay mucha gente y los que
invaden el espacio cuando hay mucha gente, están los que tienen en cuenta al
otro en una torsión y están los que si no te corres te patean la cara. Están
los que te cuentan una cosa cuando te hablan pero que cuando los ves hacer la
clase ves otra. Y las combinaciones de muchos de estos también.
Podría seguir
infinitamente demostrando algo muy simple: que las conductas humanas que vemos
a diario en el cotidiano se ven reflejadas como mecanismos inconscientes
durante la clase de yoga. Para el practicante, es un buen método o parámetro para
ver en que estado se encuentra, cómo está percibiendo la realidad. Siempre les
digo: la actitud con la que hacen la clase de yoga es la misma que tienen en la
vida, los mecanismos, los gestos, las maneras que surgen en la clase de yoga
son los mismos que usamos a diario.
Por eso si no sabemos disfrutar es probable
que nos aburramos en la clase, si estamos cansados es probable que hagamos todo
de forma rutinaria sin sentir, si estamos distraídos aparecerán montones de pequeños
gestos, acomodarse el pelo, mirar a otros, sacudirse el polvo de la ropa,
sonarse los dedos de los pies, y mil mañas más, si estamos frustrados es
probable que bufemos, respiremos fuerte, frunzamos el ceño, apretemos la
mandíbula, si nos molesta el entorno o nos resistimos a lo mundano, en la clase
podrá aparecer como alergia, sonarse la nariz, acomodarse todo el tiempo sin
encontrar lugar porque el de al lado me molesta, cuando estamos saturados o
estresados con mucha energía mental por hacer mil cosas aparece como fatiga o
dolor corporal y así y así y así y así.
Uno es un gran símbolo que puede leer, y por ello estos estos pequeños gestos que representan
maneras en que uno se relaciona con la realidad o momentos mentales de uno, no
tienen que ver con un alumno que recién empieza, justamente, la mayoría de las
veces son los practicantes más viejos los que más mañas desarrollamos y los que
menos “hacemos yoga”, en el verdadero sentido claro. Por supuesto que al final la
clase erosiona todo eso, al menos momentáneamente, todos llegamos de una manera
y luego surge mayor claridad. Así que en definitiva para el fin de la clase hemos recuperado un poco de nuestra frescura. Pero nos hemos perdido en el camino la oportunidad de percibir un montón de cosas.
En el yoga las cosas no se tratan del resultado sino de
ser capaces de encontrar una comodidad y un disfrute en lo que se está haciendo.
Hay una parte del cuerpo que no se tiene en cuenta
muchas veces en las asanas y que muchas veces sintetiza a todos los otros gestos: la cara. La cara es muy importante. Recuerdo que
hace mucho tiempo atrás leí un libro de inteligencia emocional que decía que
aquellas personas que tenían una gestualidad facial rica tenían más
posibilidades de conectarse con esa inteligencia.
No deja de sorprenderme la cara de “toor” con que algunas personas
realizan no solo una clase sino todas las clases. Y ya sabemos que esa
expresión no se caracteriza por su riqueza y variedad, es más bien como la zona
del cuerpo: bastante fija. Por supuesto que si la cara está de esa manera, la
persona se está sintiendo acorde a eso, no conozco todavía una persona que se
sienta bien y feliz y tenga esa expresión de raya a la mitad del rostro. Por
supuesto que hablo de una actitud no de poner cara de feliz cumpleaños, también
están los que sonríen cuando en realidad se siente mal. Eso se nota.
Entonces pienso: “la clase de yoga es algo que estamos
haciendo como una práctica para nosotros, es nuestro espacio, nuestro momento
para disfrutarnos, para sentirnos, para volver a tomar un aire. Y sí: me duele,
me fastidia a veces, pero también disfruto y me siento viva. Lo que me pregunto
muchas veces es: si no podemos siquiera ser conscientes de la expresión que
tenemos, si no podemos sentir que esa parte del cuerpo como la cara, no se está
relajando, sino que está expresando todo mi trabe, y no estoy hablando de un
momento (porque eso nos pasa a todos), estoy hablando de sostener una actitud, entonces como voy a
profundizar en aspectos más sutiles. ¿Qué sentido tendría?
Empecemos entonces
por lo básico, démonos espacio para disfrutar de aquello que nos gusta hacer,
dejemos de cumplir con la clase de yoga como si marcáramos tarjeta, dejemos de
decir que el yoga me hace bien después de la clase, y disfrutemos el durante,
porque sino no hacemos más que usar la práctica para seguir fomentando nuestra
neurosis. Sientan el prana cada vez que se mueven, cada vez que tira, sientan
lo que está más allá del cuerpo y de la mente, los mundos de sensaciones que se
esconden detrás de nuestra percepción limitada y atontada, la sensación de
coherencia que subyace a nuestra estupidez. Y mientras tengamos la oportunidad,
no la desperdiciemos, ¡Disfrutemos! Con el tiempo, veremos como una cara (léase
actitud) de disfrute durante la clase se extiende a nuestro cotidiano y
viceversa. Entonces, descubriremos que el yoga no nos enseña a hacer posturas
cada vez más difíciles, el yoga es la práctica de rescatar lo esencial, lo que está
detrás de todo eso, nos enseña a volver a ser coherentes, con nuestra propia
naturaleza y el disfrute es una capacidad olvidada pero intrínseca. Como decía
la Madre Teresa, “La paz comienza con una sonrisa”. Sonriamos desde adentro.
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