Thursday, September 15, 2016

Aquello que olvidamos en la clase de yoga




     En lugar de horas de vuelo, los profesores de yoga tenemos horas de mirar personas. Con la propia práctica uno va dejando de mirar las posturas, poco le interesa el estiramiento del cuádriceps y empieza a mirar las maneras en que las personas hacen las posturas o mejor dicho empieza a mirar a las personas y sus conductas. Como uno es practicante aprovecha cada mirada sobre el otro para aprender sobre sí mismo.
     Como uno está mirando de una manera sistémica al ambiente de la clase, va viendo los mecanismos de cada persona, todo queda expuesto a través de los gestos de todo tipo: están los que suspiran y se quejan, los frustrados que nunca les das la clase que quieren, los que se sacan la pelusa de la ropa, los que se les baja la remera, los que cuando decís “relájense sin tratar de bajar más” se ponen colorados de la fuerza que están haciendo, están los que hacen lo que quieren, o los que quieren ir a su tiempo, los que te miran de costado para que entiendas que no quieren hacer esa postura, los que miran al de al lado, los que miran a la chica con escote (o al escote de la chica), los que se tocan un lugar para que te des cuenta de que ahí les duele, los que cuando te acercas a ayudarlos y le decís “dejá que yo te acomodo” te endurecen la pierna o el brazo y se hacen el muertito de duros, están los que hacen fuerza en las posturas en las que tienen que relajarse y quieren relajarse en las posturas que tienen que hacer fuerza, están los que vienen cansados que en realidad vienen por la relajación del final y se “aguantan” la clase con fastidio, están los que llegan hasta ahí y los que quieren optimizar la postura hasta que casi se transforma en otra, están los que se aburren y esperan las consignas, los que se aburren porque no saben sentir, están los que “te leen” porque están “re alineados”, están los que saben hacer asanas “re difíciles” pero no saben que hacer cuando pasa más de dos segundos en una "postura fácil", están los que quieren llamar la atención, los que se hacen que de repente se dieron cuenta que les incomoda algo de la ropa o del lugar justo en esa postura que no pueden hacer, están los que pelean en el espacio cuando hay mucha gente y los que invaden el espacio cuando hay mucha gente, están los que tienen en cuenta al otro en una torsión y están los que si no te corres te patean la cara. Están los que te cuentan una cosa cuando te hablan pero que cuando los ves hacer la clase ves otra. Y las combinaciones de muchos de estos también. 
     Podría seguir infinitamente demostrando algo muy simple: que las conductas humanas que vemos a diario en el cotidiano se ven reflejadas como mecanismos inconscientes durante la clase de yoga. Para el practicante, es un buen método o parámetro para ver en que estado se encuentra, cómo está percibiendo la realidad. Siempre les digo: la actitud con la que hacen la clase de yoga es la misma que tienen en la vida, los mecanismos, los gestos, las maneras que surgen en la clase de yoga son los mismos que usamos a diario. 
     Por eso si no sabemos disfrutar es probable que nos aburramos en la clase, si estamos cansados es probable que hagamos todo de forma rutinaria sin sentir, si estamos distraídos aparecerán montones de pequeños gestos, acomodarse el pelo, mirar a otros, sacudirse el polvo de la ropa, sonarse los dedos de los pies, y mil mañas más, si estamos frustrados es probable que bufemos, respiremos fuerte, frunzamos el ceño, apretemos la mandíbula, si nos molesta el entorno o nos resistimos a lo mundano, en la clase podrá aparecer como alergia, sonarse la nariz, acomodarse todo el tiempo sin encontrar lugar porque el de al lado me molesta, cuando estamos saturados o estresados con mucha energía mental por hacer mil cosas aparece como fatiga o dolor corporal y así y así y así y así. 
     Uno es un gran símbolo que puede leer, y por ello estos estos pequeños gestos que representan maneras en que uno se relaciona con la realidad o momentos mentales de uno, no tienen que ver con un alumno que recién empieza, justamente, la mayoría de las veces son los practicantes más viejos los que más mañas desarrollamos y los que menos “hacemos yoga”, en el verdadero sentido claro. Por supuesto que al final la clase erosiona todo eso, al menos momentáneamente, todos llegamos de una manera y luego surge mayor claridad. Así que en definitiva para el fin de la clase hemos recuperado un poco de nuestra frescura. Pero nos hemos perdido en el camino la oportunidad de percibir un montón de cosas.
     En el yoga las cosas no se tratan del resultado sino de ser capaces de encontrar una comodidad y un disfrute en lo que se está haciendo.
     Hay una parte del cuerpo que no se tiene en cuenta muchas veces en las asanas y que muchas veces sintetiza a todos los otros gestos: la cara. La cara es muy importante. Recuerdo que hace mucho tiempo atrás leí un libro de inteligencia emocional que decía que aquellas personas que tenían una gestualidad facial rica tenían más posibilidades de conectarse con esa inteligencia.
No deja de sorprenderme la cara de “toor” con que algunas personas realizan no solo una clase sino todas las clases. Y ya sabemos que esa expresión no se caracteriza por su riqueza y variedad, es más bien como la zona del cuerpo: bastante fija. Por supuesto que si la cara está de esa manera, la persona se está sintiendo acorde a eso, no conozco todavía una persona que se sienta bien y feliz y tenga esa expresión de raya a la mitad del rostro. Por supuesto que hablo de una actitud no de poner cara de feliz cumpleaños, también están los que sonríen cuando en realidad se siente mal. Eso se nota.

     Entonces pienso: “la clase de yoga es algo que estamos haciendo como una práctica para nosotros, es nuestro espacio, nuestro momento para disfrutarnos, para sentirnos, para volver a tomar un aire. Y sí: me duele, me fastidia a veces, pero también disfruto y me siento viva. Lo que me pregunto muchas veces es: si no podemos siquiera ser conscientes de la expresión que tenemos, si no podemos sentir que esa parte del cuerpo como la cara, no se está relajando, sino que está expresando todo mi trabe, y no estoy hablando de un momento (porque eso nos pasa a todos), estoy hablando de sostener una actitud, entonces como voy a profundizar en aspectos más sutiles. ¿Qué sentido tendría? 
     Empecemos entonces por lo básico, démonos espacio para disfrutar de aquello que nos gusta hacer, dejemos de cumplir con la clase de yoga como si marcáramos tarjeta, dejemos de decir que el yoga me hace bien después de la clase, y disfrutemos el durante, porque sino no hacemos más que usar la práctica para seguir fomentando nuestra neurosis. Sientan el prana cada vez que se mueven, cada vez que tira, sientan lo que está más allá del cuerpo y de la mente, los mundos de sensaciones que se esconden detrás de nuestra percepción limitada y atontada, la sensación de coherencia que subyace a nuestra estupidez. Y mientras tengamos la oportunidad, no la desperdiciemos, ¡Disfrutemos! Con el tiempo, veremos como una cara (léase actitud) de disfrute durante la clase se extiende a nuestro cotidiano y viceversa. Entonces, descubriremos que el yoga no nos enseña a hacer posturas cada vez más difíciles, el yoga es la práctica de rescatar lo esencial, lo que está detrás de todo eso, nos enseña a volver a ser coherentes, con nuestra propia naturaleza y el disfrute es una capacidad olvidada pero intrínseca. Como decía la Madre Teresa, “La paz comienza con una sonrisa”. Sonriamos desde adentro.  


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