Friday, November 03, 2006



LA GRAN PAZ NATURAL
Por Sogyal Rimpoche

Cuando enseño la meditación, suelo comenzar diciendo: «Traed vuestra mente a casa... soltad... y relajaos».
Toda la práctica de la meditación puede resumirse en estos tres puntos esenciales: traer la mente a casa, soltar y relajarse. Cada una de estas expresiones encierra significados que resuenan a muchos niveles.
Traer la mente a casa significa traer la mente nuevamente al estado llamado “Morar en calma”, mediante la práctica de la atención. Al nivel más profundo, consiste en volver la mente hacia el interior y permanecer en la naturaleza de la mente. Esta es la meditación en su grado más elevado.
Soltar significa liberar la mente de la cárcel del aferramiento, puesto que reconocéis que todo el dolor, el miedo y la angustia provienen del deseo insaciable de la mente por aferrar. A un nivel más profundo, la realización y la confianza que surgen de vuestra creciente comprensión de la naturaleza de la mente inspiran en vosotros una generosidad profunda y natural. Esta generosidad permite que vuestro corazón se desprenda de todo aferramiento, dejando que éste se libere y se disuelva en la inspiración de la meditación.
Finalmente, relajarse significa volverse más espacioso y permitir a la mente que abandone todas sus tensiones. En un sentido más profundo, os relajáis en la verdadera naturaleza de vuestra mente, el estado de rigpa. Las palabras tibetanas que evocan este proceso sugieren el sentido de «relajarse en rigpa». Es como si dejárais caer un puñado de arena sobre una superficie plana: cada grano se deposita por sí mismo. Así es como os relajáis en vuestra verdadera naturaleza, dejando que todos vuestros pensamientos y emociones remitan naturalmente y se disuelvan en el estado de la naturaleza de la mente.
Cuando medito, siempre me inspira este poema de Nyoshul Khenpo:

Descansa en la gran paz natural
esta mente exhausta,
golpeada incansablemente por el karma y los pensamientos neuróticos;
al igual que la furia implacable de las olas
rompiendo en el océano infinito del samsara.

Descansa en gran paz natural.

Ante todo, sentíos cómodos, tan naturales y tan espaciosos como os sea posible. Escapaos sigilosamente del lazo corredizo de este personaje ansioso que es vuestro yo habitual, soltad todo aferramiento y relajaos en vuestra verdadera naturaleza. Ima­ginad que vuestro yo ordinario, atormentado por las emociones y los pensamientos, es como un bloque de hielo o un trozo de mantequilla dejados al sol. Si os sentís duros y fríos, dejad que esta agresividad se derrita bajo el sol de vuestra meditación. Dejad que la paz os gane y os permita reunir vuestra mente fragmentada en la vigilancia del estado llamado “Morar en calma”, y que despierte en vosotros la conciencia y un vislumbre de la Visión Clara. Poco a poco, descubriréis que toda vuestra negatividad se desarma, que vuestra agresividad se disuelve y que vuestra confusión se disipa, como una bruma en el vasto e inmaculado cielo de vuestra naturaleza absoluta.4
Sentados en silencio, con el cuerpo inmóvil, sin proferir palabra alguna, la mente en paz, dejad que vuestros pensamientos y emociones, que todo lo que surja, se eleve y desaparezca, sin aferraros a nada.
¿A qué se parece este estado? Imaginad –tal como solía decir Dudjom Rimpoché- a un hombre que vuelve a su casa tras una larga y dura jornada de trabajo en el campo; se acomoda en su sillón favorito ante el fuego. Se ha pasado el día trabajando y sabe que ha hecho lo que quería hacer; no tiene nada más de qué preocuparse, no ha quedado nada sin terminar, y puede abandonar completamente todas sus inquietudes y preocupaciones, contentándose sencillamente con ser.
Así pues, cuando meditáis es esencial crear en vuestra mente la atmósfera interior adecuada. Todos los esfuerzos y las luchas provienen de la falta de abertura, de modo que es vital crear ese entorno interior adecuado para que la meditación pueda realmente producirse. Cuando el humor y la espaciosidad están presentes, la meditación surge sin esfuerzo.
No siempre recurro a un método en especial cuando medito. Dejo simplemente que mi mente repose y constato, sobre todo cuando estoy inspirado, que puedo traer la mente a casa y relajarme con gran rapidez. Permanezco sentado tranquilamente y reposo en la naturaleza de la mente. No abrigo dudas, ni me pregunto si estoy -o no- en el estado «correcto». No hay ningún esfuerzo, sólo una comprensión profunda, una vigilancia y una certeza inquebrantable. Cuando estoy en la naturaleza de la mente, la mente ordinaria deja de existir. No es necesario mantener o corroborar la sensación de que existo: simplemente soy. Tengo una confianza fundamental. No hay nada en especial que hacer.


LOS MÉTODOS DE MEDITACIÓN

En el caso de que vuestra mente sea capaz de aquietarse por sí misma, y os sintáis inspirados a permanecer simplemente en su pura conciencia clara, entonces no tenéis necesidad de ningún método de meditación. De hecho, cuando uno se halla en tal estado, cualquier intento de aplicar uno incluso podría resultar contraproducente. Sin embargo, a la inmensa mayoría de nosotros nos resulta difícil llegar inmediatamente a ese estado. Sencillamente no sabemos cómo despertarlo, y como nuestra mente es tan indisciplinada y tan distraída, necesitamos un medio hábil, un método para inducirlo.
El término «hábil» significa que combináis vuestra comprensión de la naturaleza esencial de la mente, junto con el conocimiento de vuestros propios y cambiantes estados de ánimo, y el discernimiento que habéis cultivado mediante la práctica para descubrir como trabajar sobre vosotros mismos en cada momento. Conjugando estos tres elementos, aprendéis el arte de aplicar el método más apropiado a cada situación o problema particular para transformar la atmósfera de vuestra mente.
Pero recordad lo siguiente: un método no es más que un medio, y no la meditación en sí. Es al practicar el método hábilmente como alcanzaréis la perfección de ese estado puro de presencia total en el que consiste la meditación verdadera.
Existe un dicho tibetano muy revelador, Gompa ma yin, kompa yin, que significa literalmente: «“La meditación” no es; “acostumbrarse a ella” sí es». Esto quiere decir que la meditación no es más que acostumbrarse a la práctica de la meditación. Se dice también: «La meditación no es un esfuerzo, sino una asimilación natural y progresiva a ella». Conforme vayáis practi­cando el método, la meditación surgirá poco a poco. La meditación no es algo que podáis «hacer», sino algo que debe producirse espontáneamente, una vez que hayáis perfeccionado la práctica.
Sin embargo, para que se produzca la meditación deben darse unas condiciones tranquilas y propicias. Antes de alcanzar el dominio de nuestra mente, primero debemos apaciguar su entorno. Por el momento, la mente se parece a la llama de una vela: inestable, parpadeante, constantemente cambiante, avivada por el viento violento de nuestros pensamientos y de nuestras emociones. La llama sólo arderá de forma estable cuando aquietemos el aire que la rodea. Del mismo modo, sólo podremos empezar a vislumbrar la naturaleza de nuestra mente y a reposar en ella cuando hayamos apaciguado la turbulencia de nuestros pensamientos y de nuestras emociones. Una vez hayamos encontrado la estabilidad en nuestra meditación, los ruidos y perturbaciones de toda clase nos afectarán mucho menos.
En Occidente, la gente tiende a dejarse absorber por lo que yo llamaría «la tecnología de la meditación». El mundo moderno está verdaderamente fascinado por las técnicas y las máqui­nas y es adicto a las respuestas puramente pragmáticas. Sin embargo, el rasgo más importante, con mucho, de la meditación no es la técnica, sino su espíritu: es la habilidad, la inspiración y la creatividad que ponemos en práctica, a lo que también podríamos llamar «la postura».


LA POSTURA

Los maestros dicen: «Si creas las condiciones favorables en tu cuerpo y en tu entorno, la meditación y la realización se darán automáticamente». Hablar de la postura no es una pedantería esotérica; la finalidad de adoptar una postura correcta es la de crear un entorno más estimulante para la meditación, y para el despertar de rigpa. Existe una relación entre la postura del cuerpo y la actitud de la mente. Al estar relacionados entre sí la mente y el cuerpo, la meditación se produce naturalmente cuando vuestra postura y actitud están llenas de inspiración.
Si estáis sentados en la postura de meditación y vuestra mente no está en completa sintonía con vuestro cuerpo -si, por ejemplo, estáis inquietos y preocupados por algo- entonces vuestro cuerpo experimentará cierta incomodidad física y acrecentaréis la posibilidad de que se presenten dificultades. Si, por el contrario, vuestra mente se halla en un estado sereno e inspirado, esto tendrá una gran influencia en toda vuestra postura y podréis sentaros de una forma mucho más natural y sin esfuerzo. Así pues, es muy importante que unáis la postura de vuestro cuerpo con la confianza que nace de vuestra realización de la naturaleza de la mente.
Es posible que la postura que voy a describiros difiera ligeramente de otras que ya conozcáis. Procede de las antiguas enseñanzas del Dzogchen. Es la que me enseñaron mis maestros, y la encuentro sumamente eficaz.
En las enseñanzas Dzogchen se dice que vuestra Visión y vuestra postura deberían ser como una montaña. La Visión es la suma de toda vuestra comprensión y percepción profunda de la naturaleza de la mente, y eso es lo que aportáis a vuestra meditación. Así pues, la Visión se traduce en la postura y al mismo tiempo la inspira, expresando el corazón mismo de vuestro ser en la manera en que os sentáis.
Sentaos, pues, como si fuerais una montaña, con toda su majestad inquebrantable e inalterable. Una montaña está completamente cómoda y a gusto consigo misma, por fuertes que sean los vendavales que la azotan, y por densos que sean los nubarrones que se arremolinen en torno a su cumbre. Sentados como una montaña, dejad que vuestra mente se eleve, remonte el vuelo y planee en el cielo.
El punto esencial de esta postura es mantener la espalda recta, como «una flecha» o «una pila de monedas de oro». La «energía interior», o prana, circulará entonces fácilmente por los canales sutiles de vuestro cuerpo, y vuestra mente hallará su verdadero estado de reposo. No forcéis nada. La parte inferior de la columna tiene una curvatura natural; debe estar relajada, pero erguida. Sentid como la cabeza está cómodamente equilibrada sobre el cuello. Son los hombros y la parte superior del tronco los que sostienen la fuerza y la gracia de la postura; su porte debe expresar una fuerza desprovista de rigidez.
Sentaos con las piernas cruzadas. No es necesario que adoptéis la postura completa del loto, a la que se concede mayor importancia en las prácticas avanzadas del yoga. Las piernas cruzadas expresan la unidad de la vida y de la muerte, del bien y del mal, de los medios hábiles y de la sabiduría, de los principios masculino y femenino, del samsara y del nirvana; el humor de la no dualidad. Es posible que prefiráis sentaros en una silla, con las piernas relajadas; aseguraos entonces de que mantenéis la espalda recta.5
En mi tradición de meditación, los ojos han de estar abiertos; este punto es muy importante. Sin embargo, si sois muy sensibles a las perturbaciones exteriores, cuando empecéis a practicar os puede servir de ayuda cerrarlos un momento y volveros tranquilamente hacia vuestro interior.
Una vez establecidos en la calma, abrid gradualmen­te los ojos: comprobaréis que vuestra mirada se ha vuelto más sosegada, más serena. Ahora mirad hacia abajo, siguiendo la línea de la nariz, en un ángulo de aproximadamente 45 grados. Un consejo práctico: en general, cuando la mente está muy agitada, es mejor mirar hacia abajo, y cuando está entorpecida y somnolienta, se aconseja dirigir la mirada hacia arriba.
Cuando vuestra mente se ha apaciguado y la claridad del discernimiento empieza a manifestarse, os sentís listos para alzar la mirada; abrid más los ojos y dirigid vuestra mirada al espacio que hay directamente ante vosotros. Esta es la mirada que se recomienda en la práctica del Dzogchen.
En las enseñanzas Dzogchen se dice que vuestra meditación y vuestra mirada deberían ser como la vasta extensión de un gran océano: abarcándolo todo, abierta e ilimitada. Al igual que vuestra Visión y vuestra postura son inseparables, vuestra meditación inspira vuestra mirada, y ambas se funden en una.
Así pues, no concentréis vuestra atención sobre algo en particular; volved ligeramente hacia vosotros de nuevo y dejad que vuestra mirada se extienda, haciéndose cada vez más amplia y espaciosa. Descubriréis entonces que vuestra mirada expresa un mayor grado de paz, de compasión, de ecuanimidad y de equilibrio.
El nombre tibetano para referirse al Buda de la Compasión es Chenre­zig. Chen significa ojo, re el rabillo del ojo, y zig ver. Esto quiere decir que con sus ojos llenos de compasión, Chenrezig ve las necesidades de todos los seres. Así pues, dejad que la compasión que emana de vuestra meditación irradie, suave y delicadamente, por vuestros ojos. Vuestra mirada se convertirá entonces en la mirada misma de la compasión, abarcándolo todo y semejante al océano.
Existen varias razones para mantener los ojos abiertos: con los ojos abiertos es menos probable que os durmáis. Además, la meditación no es un medio para evadirse del mundo, ni para huir de él entrando en una especie de trance o en un estado alterado de la conciencia. Es, por el contrario, un medio directo para ayudarnos a comprendernos verdaderamente y para relacionarnos con la vida y con el mundo.
Por consiguiente, durante la meditación mantenéis los ojos abiertos, no cerrados. En lugar de excluir la vida, permanecéis abiertos y en paz con todo. Todos vuestros sentidos —el oído, la vista, el tacto— permanecen naturalmente abiertos, tal como son, sin aferrarse a sus percepciones. Tal como decía Dudjom Rimpoché: «Aunque se perciban formas diversas, en esencia están va­cías; sin embargo, en la vacuidad se perciben formas. Aunque se oigan sonidos diversos, están vacíos; sin embargo, en la vacuidad se perciben sonidos. También surgen pensamientos diversos; están vacíos, sin embargo en la vacuidad se perciben pensamientos». Sea lo que sea que veáis u oigáis, dejadlo tal cual sin aferraros a ello. Dejad el oír en el oír, dejad el ver en el ver, sin permitir que vuestro apego intervenga en la percepción.
Según la práctica especial de la luminosidad del Dzogchen, toda la luz de nuestra energía de sabiduría reside en el centro del corazón, que está conectado con los ojos por medio de los «canales de sabiduría». Los ojos son las «puertas» de la luminosidad, de forma que debéis dejarlos abiertos para no bloquear estos canales de sabiduría.6
Cuando meditéis, dejad la boca ligeramente entreabierta, como si estuvierais a punto de emitir un profundo y relajante «Aaaah». Se dice que al mantener la boca ligeramente entreabierta y respirar principalmente por ella, reducimos la posibilidad de que se eleven los «vientos kármicos» que originan los pensamientos discursivos y crean obstáculos en la mente y en la meditación.
Dejad que vuestras manos reposen cómodamente sobre las rodillas. A esta postura se la llama «la mente a gusto y serena».


En esta postura hay una chispa de esperanza, un humor juguetón, inspirados por la comprensión secreta de que todos posee­mos la naturaleza de buda. Así, cuando adoptáis esta postura, es como si jugarais a imitar a un buda, reconociendo vuestra propia naturaleza de buda y alentán­dola de veras a que se manifieste. De hecho, empezáis a respetaros como a un buda en potencia. Al mismo tiempo, seguís reconociendo vuestra condición relativa. Pero, puesto que os habéis dejado inspirar por una alegre confianza en vuestra propia naturaleza de buda, podéis aceptar más fácilmente vuestros aspectos negativos y afrontarlos con una mayor amabilidad y humor. Así pues, cuando meditéis, invitaros a sentir la autoestima, la dignidad y la poderosa humildad del buda que sois. Suelo decir con frecuencia que basta con dejarse inspirar sencillamente por esta confianza llena de alegría para que -gracias a esta comprensión y confianza- la meditación se dé espontáneamente.

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